Los sucesos globales y nacionales indican que nos aproximamos rápidamente al límite, a un punto de quiebre. Las dificultades para conciliar las diversas contradicciones que se manifiestan entre las naciones que pujan por el control de los mercados, son evidentes.
Los problemas internos se expresan en la cotidianidad de sus habitantes, que con el transcurrir de los días van perdiendo toda luz de esperanza.
John Smith, obrero de la fabrica Ford en Detroit vive con la zozobra de la continuidad de su contrato laboral, ha sobrevivido a los recortes que han hecho en los últimos años, pero no ha sido ajeno a la perdida de su capacidad adquisitiva y al encarecimiento se sus servicios de salud, su vida no ha mejorado últimamente pese a las promesas del presidente Trump.
Juan Campos aún continúa trabajando su parcela en la zona rural de Pitalito, a pesar de que cuando saca su cosecha regularmente ni siquiera logra cubrir los costos de producción, se bandea sacrificando los gastos familiares y renunciando a cualquier opción de progreso. Al igual que John se siente defraudado por las decisiones de su presidente.
Una revisión de la manera como han avanzado los países desarrollados muestra elementos comunes: en sus inicios protegieron sus mercados para convertirlo en fortaleza de su sector empresarial y apelaron a la copia y la piratería tecnológica; hoy reclaman libre comercio para desarrollar sus negocios fuera de sus fronteras y exigen protección de la propiedad intelectual y patentes para obstruir el crecimiento ajeno. Al contrario, la coincidencia entre las naciones huérfanas de prosperidad es que nunca han definido por cuenta propia el rumbo que quieren, lo han supeditado a los intereses extranjeros. Sin embargo, en algo se identifican las dirigencias de unos y otros, todo lo que hacen es para asegurar la bonanza de unos pocos.
El obrero norteamericano y el agricultor colombiano, tarde o temprano tendrán que encontrarse; podría ser en un escenario de guerra, en algún lugar del planeta donde la confrontación comercial escale a disputa bélica o también en una gran convención internacional del trabajo en donde los sojuzgados de hoy acuerden modificar las inicuas condiciones de explotación del trabajo, que afectan a la naturaleza por igual.
Ni Trump es un loco que toma decisiones al calor de unos tragos, ni Duque es un tarado manipulado por su mentor, son los elegidos directores de orquesta de una sinfonía elaborada para agradar con su melodía a los propietarios del gran capital y desafinar la vida de los de a pie. El cambio de partitura solo depende de nuestras propias decisiones.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com