En este San Pedro que avanza exitosamente, se han presentado unos cambios que parecen mínimos, pero no lo son, porque implican transformaciones, de forma y de fondo, en las tradiciones del Festival, algunos de ellos de costumbres ancestrales de tiempo inmemorial y de arraigo en lo más profundo del imaginario popular, y por eso más estructurales, respetables y de más difícil cambio; y otros de pocos años, variables en sí mismos, por lo tanto.
Entre los primeros, que se refieren a dos aspectos del más íntimo sentir popular, su música y sus costumbres gastronómicas, desde hace por lo menos tres décadas (y el Festival cumplirá seis el año entrante) se han operado cambios fundamentales: ya no son los sanjuaneros y bambucos de la tradición rajaleñera y campesina, y de los compositores regionales, encabezados por Jorge Villamil, los que suenan principalmente en las fiestas, en tablados y clubes, excepto en contados desfiles y actos oficiales, sino los aires vallenatos dominantes en todo el país, que han relegado los autóctonos a ciertos campos y veredas. Los otrora sensacionales concursos de composición y de interpretación musical que se celebraban en el Teatro Pigoanza (hoy abandonado), y que tenían resonancia nacional, ahora deben refugiarse en una modesta sala de actos de una Universidad privada y realizarse casi en la clandestinidad. ¡Ya no retumban las tamboras!
Y en la gastronomía, por una decisión administrativa puramente económica, en el acto central protocolario del Festival no se servirá, como en los 58 años anteriores, el tradicional “asao huilense” con sus insulsos, arepas “orej’e’perro” y mistelas, sino una moderna y sofisticada “carne a la parrilla”, bebida internacional y rumba al estilo de un elegante restaurante bogotano, que no sabe nada de la exquisita comida tradicional opita, la cual seguirá refugiada por muchísimas décadas más, en las cocinas y hornos de las familias huilense, sin importarles las imposiciones elitistas de corporaciones al frente de un festival que cada año, por sus decisiones, pierde más autenticidad regional, dizque con el ánimo de atraer más turistas, que no se ven en las calles.
Felizmente, otro simple cambio, imperceptible para algunos, se ha producido este año, y ojalá permanezca: ya no se eligió “reina” infantil, sino pareja heredera de la tradición. Ni tampoco “reina popular” sino la mejor pareja sanjuanera, por su interpretación de la tradicional danza con la música de Anselmo Durán Plazas y la coreografía, basada en las viejas costumbres dancísticas del pueblo, de Inés García de Durán.
Todo cambia, porque el cambio es lo único permanente en las sociedades humanas. Y unos cambios son para bien y otros para mal. El San Pedro ojalá vuelva a ser de música andina, huilense, y no una mediocre copia del Festival Vallenato. Y que en él se magnifique y premie la “mejor pareja sanjuanera” infantil, popular, municipal, departamental y nacional, en medio de un derroche de música andina, opita, autóctona, condimentada con comidas y bebidas propias, no traídas de elegantes restaurantes internacionales.
¡Bienvenidos al San Pedro tradicional!
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Por: Delimiro Moreno – morenodelimiro@gmail.com
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