Todos somos adictos y no lo sabemos

TSM Noticias
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Hace casi 5 meses dejé de tomar Coca Cola Zero. Soy diabético: me gustaba porque no alteraba la glucosa, pero decidí parar y listo, pude. ¿Cuántos de los que me leen sienten emoción al apostar en una app deportiva, aunque eso implique perder dinero necesario? Las plataformas crecen porque entendieron cómo atraparnos y muchos creen poder contra ellas.

Sabelo, no necesitas drogas para estar drogado. Somos adictos a una notificación, a un like, a un gol, a un descuento del 50% que no necesitamos. El cerebro nos paga con dopamina cada vez que “ganamos”… incluso cuando perdemos. Lo inquietante es que creemos tener control. Pero somos marionetas químicas: deseos y decisiones orquestados por neurotransmisores que tiran de los hilos desde adentro.

La dopamina es el algoritmo secreto del placer. No recompensa el logro, sino la expectativa. Es la chispa que se enciende cuando creemos que algo bueno está por llegar, aunque no llegue. No es el trofeo, es la emoción del gol. No es la notificación, es el impulso de mirar el celular por centésima vez esperando “algo”.

Por eso millones de adolescentes (y cada vez más abuelas/os) refrescan con el dedito TikTok sin parar. La dopamina no pregunta si conviene: empuja, seduce, arrastra.

El problema no es la dopamina, sino dónde la invertimos. El deporte es un laboratorio perfecto: no solo vemos partidos, nos drogamos con la emoción. El gol provoca un tsunami químico. En las apuestas, la industria halló un atajo: el pico de dopamina no aparece al ganar, sino cuando estamos a punto de hacerlo. Ese “casi” engancha más que el premio. En redes pasa igual: cada “me gusta” y cada notificación son microestímulos diseñados para hackear el cerebro. No es casualidad: es ingeniería emocional. ¿Estás prestando atención o ya te dominó la dopamina nuevamente? Volvé que esto se pone bueno.

En el último año el mercado global de apuestas deportivas en línea creció con fuerza, rozando los 107 mil millones de dólares, y las proyecciones hablan de duplicarse en la próxima década. Las plataformas con nombres que empiezan o finalizan en “Bet” se multiplican, se adueñan de patrocinios, lanzan bonos irresistibles y saben exactamente cómo estimularnos. El smartphone es la cajita de apuestas que no se apaga. Nos exprimen una debilidad química parecida a la del cigarrillo: sabés que puede hacer daño, lo viste en otros y aun así volvés por la dosis.

Hay un costado aún más oscuro. ¿Y si algunos cerebros sienten dopamina no con un gol, sino con una estafa? ¿Y si robar, mentir o manipular también genera placer químico? El mal, muchas veces, también es una adicción. El corrupto disfruta la adrenalina de romper reglas; el estafador, el subidón de burlar al otro. Igual que el apostador goza el riesgo, ellos se drogan con poder e impunidad. La diferencia es que uno vacía su bolsillo… y el otro vacía la esperanza de una ciudad o un país.

Mientras tanto, el cortisol —la hormona del estrés— gobierna en silencio. Vivimos en sociedades que lo mantienen alto: tráfico, inflación, inseguridad, deudas, presiones diarias y mentiras. El cortisol enferma, roba sueño, envejece. Somos esclavos de un péndulo químico: dopamina que sube, cortisol que hunde.

La buena noticia es que, con voluntad y decisión, podemos hackear nuestro sistema positivamente. La dopamina no es mala: es un motor. Importa el destino. Si la invertimos en scroll infinito, apuestas o pequeños fraudes, nos vacía. Si la orientamos a logros reales, nos llena. Terminar un libro, aprender un idioma, cumplir una meta física, tener una conversación profunda: también disparan dopamina, pero limpia, que construye.

Creemos que somos libres, pero estamos programados. Las corporaciones, las casas de apuestas y los gigantes tecnológicos lo saben. No necesitan cadenas: basta con pulsar los botones de dopamina y cortisol para tenernos donde quieren. Venden la ilusión de libertad mientras diseñan algoritmos que predicen y moldean deseos.

Y, aun así, hay margen de rebelión. No se trata de renunciar a la dopamina, sino de domesticarla. Leé esto de nuevo por favor. Elegir su origen. Entender qué recompensa buscamos y DECIDIR SI VALE LA PENA. Admitir que placeres, miedos y odios suelen ser un guion químico escrito sin permiso.

La dopamina no es buena ni mala: es poder puro. La pregunta es qué hacemos con ese poder. La elección es nuestra, aquí y ahora mismo. Porque nos guste o no, el cerebro ya está jugando. Falta saber quién gana la partida: vos… o ellos. Fantástica dosis de dopamina: ¡Colombia nuevamente en un mundial!

Por: Caly Monteverdi
Conferencista internacional

Comunicador argentino, asesor estratégico y creativo
X – Twitter: @Calytoxxx

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