“La muerte de dos policías en Neiva dejó al descubierto no solo el dolor de una ciudad, sino también la avalancha de odio, bodeguitas y pasquines que siguen enfermando nuestra sociedad”.
Las circunstancias difíciles sacan lo peor de las personas. Y lo estamos viendo en Neiva tras la dolorosa muerte de dos policías. Un hecho que debería conducirnos a la prudencia, a acompañar el duelo de las familias y a esperar con serenidad el esclarecimiento judicial, se convirtió en un escenario de odio, rumores y señalamientos sin fundamento.
En vez de unirnos como sociedad para exigir transparencia y justicia, hemos caído en el terreno de la venganza y la desinformación. Las llamadas bodeguitas digitales se activan, alimentando pasquines, cadenas anónimas y ataques personales. Se ha llegado al extremo de injuriar a dirigentes públicos como el presidente del Concejo Juan Carlos Parada y a concejales como Camilo Perdomo, Cristian Bautista y Héctor Javier Osorio, sin pruebas y con absoluta ligereza. Esa práctica no fortalece la democracia: la degrada.
El problema es más profundo de lo que parece. Nos hemos acostumbrado a reaccionar con rabia, a fabricar enemigos y a buscar culpables inmediatos, como si la indignación justificara arrasar con la honra de las personas. Esa tendencia no nos acerca a la verdad ni a la justicia: nos convierte en una sociedad enferma de odio y resentimiento.
La indignación es válida y la exigencia de justicia es necesaria. Pero el linchamiento mediático no es justicia: es barbarie. Y mientras más caemos en ese juego, más difícil será construir instituciones sólidas y una ciudadanía madura. La Biblia lo advirtió: “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12). Y eso es lo que estamos presenciando: una sociedad donde la maldad se multiplica en forma de calumnias y venganzas, mientras el amor y la sensatez se enfrían hasta casi desaparecer.
Por eso es hora de hacer un alto. A la ciudadanía le corresponde no prestarse al juego de los rumores ni compartir pasquines que enlodan reputaciones sin fundamento. Cada vez que repetimos una mentira, nos volvemos cómplices de esa enfermedad colectiva. Y a los medios de comunicación les toca un deber ético mayor: resistir la presión de la inmediatez, informar con rigor y ser guardianes de la verdad, no altavoces de la desinformación.
Como sociedad necesitamos madurar. No más bodeguitas disfrazadas de indignación, no más pasquines que siembran odio, no más cadenas anónimas que destruyen honras. Necesitamos serenidad para enfrentar la verdad, instituciones que respondan con justicia, y ciudadanos y medios que actúen con responsabilidad.
Porque si cada tragedia sigue sacando lo peor de nosotros, jamás veremos la transformación que tanto anhelamos. Pero si decidimos aprender del dolor, tal vez logremos que lo próximo que salga de nosotros no sea odio, sino sensatez, solidaridad y esperanza. Esa es la diferencia entre repetir la barbarie o comenzar, de una vez por todas, a construir una sociedad más justa y verdaderamente humana.
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Por: Andrés Felipe Guerrero
Abogado
Especialista Derecho Constitucional y Administrativo