“¡Déjame en paz, eso es cosa mía!”. Esa es la respuesta que muchos padres reciben cuando intentan acercarse al universo digital de sus hijos. Lo que ocurre es evidente: los jóvenes han convertido las redes sociales en su espacio de encuentro, experimentación e identidad.
Para ellos, Instagram, TikTok o WhatsApp no son solo aplicaciones; son plazas públicas, cafés virtuales y diarios íntimos al mismo tiempo. El problema surge cuando los adultos miran esas plataformas con sospecha o desde la distancia, generando una brecha que dificulta el diálogo.
Conectar empáticamente con los jóvenes en redes no significa invadir su privacidad ni disfrazarse de adolescente para “encajar”. Significa, sobre todo, comprender sus códigos, reconocer sus emociones y construir puentes de confianza. Propongo tres estrategias concretas:
- Escuchar antes de hablar
Muchos padres y educadores caen en la tentación de usar las redes solo para advertir sobre riesgos: ciberacoso, adicciones, desinformación. Aunque estas alertas son necesarias, lo fundamental es escuchar lo que los jóvenes sienten y piensan cuando publican. Preguntar con interés genuino: “¿Qué te transmite este video?”, “¿Por qué te gusta seguir a esta persona?”. El objetivo no es juzgar, sino entender su mirada del mundo.
- Participar con respeto en los mismos espacios
No se trata de abrir una cuenta en TikTok para espiar, sino de usar las plataformas como herramientas de conexión. Un padre puede compartir un video inspirador en WhatsApp, un profesor puede recomendar cuentas educativas en Instagram, o ambos pueden proponer retos familiares creativos. Así, los adultos se convierten en acompañantes digitales, no en censores.
- Fomentar el pensamiento crítico
La empatía no implica complacencia. Educar en redes exige ayudar a distinguir entre lo real y lo manipulado, entre el contenido saludable y el tóxico. Un ejemplo práctico: ver juntos un video viral y analizarlo, preguntando “¿qué intención puede haber detrás?”, “¿qué emociones despiertas en ti?”. Con este ejercicio, los jóvenes aprenden a no ser consumidores pasivos, sino usuarios conscientes.
Las redes sociales no son el enemigo, sino un territorio compartido que puede fortalecer los vínculos familiares y educativos si se transitan con empatía y criterio. Lo que los jóvenes buscan no son sermones, sino adultos que les hablen con honestidad y que reconozcan que, en este mundo digital, también ellos están aprendiendo.
El desafío, entonces, no es controlar, sino acompañar. No es imponer, sino dialogar. La pregunta queda abierta para padres y educadores: ¿queremos ser espectadores desconectados o protagonistas cercanos en la vida digital de nuestros jóvenes?
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Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar
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