Después del 2 de Octubre Colombia no será exactamente la misma, aunque tampoco será diametralmente diferente, sin embargo en este proceso que nos conduce al desarme de las FARC y a la confirmación del fracaso de la lucha armada como vía para la transformación social en la actual coyuntura de nuestro país, llama la atención la inmensa desconfianza que tanto el gobierno como la guerrilla inspiran a la mayoría de los colombianos, recelo que con habilidad emplea el Centro Democrático para invitar a la ciudadanía a abortar los acuerdos con un No en las urnas y para ello haciendo gala de una de las peculiaridades en que se identifica con los actores mencionados el uso indiscriminado de falacias para convencer a los votantes de la supuesta inconveniencia del pacto suscrito en la Habana.
Que miles de hombres alzados en armas las entreguen y se vinculen a la vida ordinaria del trabajo y al ejercicio democrático de opinar y participar mediante procesos democráticos en el futuro de por sí ya es una enorme ganancia, pero debemos entender que quien se mantuvo aislado del país real por décadas requiere un compas de espera para su reincorporación y soporte económico mientras lo hace.
Que no se brinde igual ayuda a quienes hemos mantenido el respeto a la institucionalidad no es grato, pero justamente es un reclamo que podremos adelantar con mayor vigor en adelante sin el temor de la estigmatización a que se nos sometió por el proceder de otros.
Así como al sur del continente una vez disueltos los movimientos guerrilleros la sociedad civil y las organizaciones sociales y políticas distintas a las tradicionales se dieron la oportunidad de participar en el poder, con propuestas diferentes unas con mayores aciertos que otras, pero todas en un ambiente de democracia y confrontación civilizada.
Así mismo en Colombia una vez se silencien los fusiles podremos enfocarnos en discutir los asuntos que determinan la suerte económica, política y social todas en franco deterioro: un crecimiento preocupante de la desocupación de los jóvenes y las gente en edad de trabajar, reducción sistemática de la producción agropecuaria asociada a mayores importaciones de alimentos con el riesgo de la venezualización, desabastecimiento por la carencia de dólares para comprar comida en el exterior, y destrucción de la industria nacional agobiada por la competencia internacional que goza de privilegios a los que es imposible desafiar.
Tenemos un reto que debemos ganar con el Sí.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com