Más de cincuenta años de sufrimiento por efecto del conflicto armado interno en Colombia, con más de 200 mil víctimas mortales.
Más de 6 millones de familias desplazadas. Una presupuesto nacional que se despilfarra con el pretexto de la guerra. Corrupción galopante y descarada que va desde las más bajas hasta las más altas esferas del Estado colombiano, donde no se escapa ninguna institución gubernamental, incluidas las altas cortes.
Un país entregado a las salvajes transnacionales que no respetan en lo más mínimo los derechos humanos y nuestro medio ambiente. Y más de 8 millones de familias viviendo en la pobreza absoluta. Es la triste realidad de un país, que aún no siente los tan anunciados cambios, que hagan brillar el mínimo destello de luz, en tan larga y oscura noche.
El proceso de paz que hace curso en La Habana entre el gobierno del presidente Santos y las Farc, ha generado grandes expectativas en los sectores más deprimidos de la sociedad colombiana, en especial en su sector rural.
Sí bien es cierto lograr un acuerdo político entre el gobierno y la insurgencia armada, para dar marcha a la dejación de armas y su desmovilización, es un buen paso hacia la reconciliación nacional, pero ello no significa la paz duradera y sostenible, pues para lograr que este sueño se haga realidad, se tendrán que desmontar los cientos de monopolios que afectan directamente a productores y consumidores, en especial al sector rural, salud y educación entre otros, al ser estos los que imponen precios a través del acaparamiento y especulación a productos nacionales e importados, cuyos precios alarmantemente distan, de los establecidos para los mismos en otros países.
En la reciente cumbre de las Américas los discursos de mandatarios y delegados de los diferentes gobiernos del hemisferio latinoamericano, respaldaron unánimemente el proceso de paz entre el gobierno colombiano y las Farc, que hoy tambalea ante los recientes acontecimientos en el Cauca, pero también cuestionaron seriamente nuestro modelo político y económico, que está diseñado para la corrupción y el crecimiento económico de unos pocos.
El Papa Francisco desde el Vaticano puso el dedo en la llaga, dejando muy por debajo políticamente los discursos de los participantes de la gran cumbre, al pronunciar las siguientes palabras: “la paz no será posible si se continua aplicando el modelo social, donde los pobres solamente se podrán comer las migajas que caen de la mesa, de los ricos”.
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