Un acto de amor por su hijo

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Sigo impactado. ¿Hasta dónde nos ha traído la inseguridad? Nuestro entorno se convirtió en una selva de cemento, en la que vivimos entre el miedo a ser robados o asesinados, y la desconfianza hacia las autoridades, que no logran brindarnos la tranquilidad que queremos.

Y eso nos lleva a la necesidad de defendernos, pero automáticamente nos lleva al otro extremo de la historia, y es terminar igualándonos y pensando, cómo aquellos que nos tienen azotados.

Y lo digo porque esta historia del frustrado fleteo, que terminó con la muerte del delincuente, tiene de protagonistas a dos padres que sufren de distintas maneras el desenlace de una escena que se volvió ya, parte de la normalidad que vivimos.

Por un lado, está Amín Cerquera, el cafetero de 62 años que enfrentó al delincuente que los quería asaltar a él y a su hijo, y que, tras un forcejeo, termina asesinándolo a sangre fría de tres tiros en su cabeza.

La escena por sangrienta que parezca, es el reflejo del desespero y la impotencia. Por un lado, porque fue la reacción al intento de homicidio contra su hijo, a manos del delincuente, un joven de 21 años que hace un mes había salido de la cárcel, y que al querer robar el bolso en el que su hijo cargaba el dinero que habían retirado del banco, le dispara a quema ropa. No creo poder imaginar la adrenalina que debió vivir en ese momento y el desespero por actuar rápido, para poder llevar a su hijo para ser atendido.

Y, por otro lado, está la rabia que produce que le quieran robar a uno la plata que con tanto esfuerzo conseguimos. En este caso, se sabe que el retiro se hizo para pagar la nómina de los empleados de unas fincas en Teruel donde siembran café. Nadie sabe lo de nadie, pero el llevarlos a arriesgar sus vidas para evitar ser robados, denota tal vez el desespero por no perder lo que les ha costado conseguir. Así qué tal vez todo ese cóctel de emociones, llevó al final a Amín a dispararle con odio y sevicia al delincuente cuando estaba ya desarmado y reducido en el piso.

No justifico lo que hizo, aunque tampoco lo juzgo. Un homicidio es un crimen desde cualquier punto de vista, y por esa razón ahora deberá enfrentar un proceso por lo que hizo, pero como padre, hoy creo que lo que hizo fue un acto de amor y de protección a los suyos. Y eso no es pecado, desafortunadamente, a los ojos de la justicia, las motivaciones de amor por nuestra familia, no justifican los homicidios.

El problema para Amín y su hijo, es que al final, la falta de seguridad los llevó a defenderse por sí mismos y hoy estamos inundados de mensajes en las redes, de miles de personas que están promoviendo el porte legal de armas para defendernos de los delincuentes.

No me quiero imaginar ese escenario. Personalmente no estoy de acuerdo, porque creo que podrían dispararse los crímenes justificando actos de legítima defensa. Solo miremos a Estados Unidos y sus masacres continuas, por jóvenes y adultos que resuelven sus problemas con la sociedad matando a diestra y siniestra, y lo peor, es que allá también roban.

Lo que pasa es que al final, el panorama terminará tornándose apocalíptico y podríamos terminar matándonos los unos a otros, si no logramos controlar la plaga de la delincuencia. Entre más crítica siga siendo esta situación, más escenas como la de Amín, o de comunidad enardecida capturando y asesinando a delincuentes seguiremos viendo, y por supuesto, también seguiremos viendo a más delincuentes asesinando por un celular o una billetera.

Dije que esta historia tenía dos padres de protagonistas. Y, pues bien, la otra cara de la moneda la tiene el humilde padre de familia, que fuera de la panadería Neiva Pan, esperó con resignación que el cuerpo de su hijo fuera retirado del establecimiento, seguramente para hacerse a la idea, que realmente su hijo estaba muerto.

Su rostro acongojado y perplejo lo decía todo. Por un lado, estaba profundamente triste porque su único hijo fue asesinado en un establecimiento comercial, aunque aún no había visto el video que mostraría la forma cómo ocurrieron los hechos; y por otro lado, estaba triste porque su hijo fue asesinado, cuando intentaba cometer un robo.

El desconcierto debe ser total. Aun cuando puede que supiera a lo que se dedicaba su hijo, pues tenía antecedentes y había salido de la cárcel, el señor mostraba en su rostro el desconsuelo de alguien que sólo quería saber, por qué, su hijo de 21 años, fue asesinado.

No quiero imaginar la reacción de este señor que según contó en una entrevista, se dedica a la construcción, cuando vio el video que circuló en redes sociales y WhatsApp y en el que se ve cómo termina muriendo su hijo.

Una imagen sin duda alguna cruda, que raya entre el odio a los delincuentes, y el valor de la vida.

Este episodio nos tiene que llevar a reflexionar como sociedad. Confieso que, hasta hace dos días, yo era de los que decía que, sin importar las circunstancias, nadie tenía derecho a arrebatarle la vida a nadie. Sin embargo, este caso me ha llevado a ponerme en los zapatos de don Amín, y la verdad es que cuando se es padre y está de por medio la integridad y la seguridad de nuestros hijos, no hay principios que estén por encima del instinto de protección. De ahí viene la frase de cajón “daría mi vida por la seguridad de mis hijos”.

No creo que pueda ser capaz de matar nunca a nadie, de hecho, soy una persona pacífica y conciliadora, y sin conocer a Amín, seguramente si alguien le hubiera preguntado hace un tiempo, si desearía matar a alguien, tal vez hubiera dicho que no. Pero las circunstancias nos cambian y nos pueden llevar a sacar lo peor de nosotros, más si se trata de defender a los nuestros.

La Ñapa

Henry David Perdomo, como se llamaba el joven asesinado, presentaba varias anotaciones judiciales como indiciado por los delitos de hurto calificado y agravado, tráfico de estupefacientes y violencia intrafamiliar. Es decir, no cabe duda que era un delincuente y que sabía el riesgo que corría al intentar cometer el hurto, además que llegó armado y le disparó al hijo de Amín.

Ojalá su desenlace sirva de ejemplo para otros que quieren coger este camino, porque lamentablemente en la medida que las autoridades y la justicia, sigan siendo débiles ante los delincuentes, habrá más personas que terminen tomando justicia por mano propia.

Por: Andrés Felipe González Díaz
Comunicador Social y Periodista
Especialista en Comunicación Digital
Asesor en Comunicación Política

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