A pesar del acuerdo que el gobierno logró con los arroceros del Tolima y Huila y que no resolvió problemas a los productores de los llanos que comprende el Meta y Casanare, y que continúa negociando acuerdos con los de Norte de Santander y la región de la Mojana donde los mojaneros viven la tragedia de la inundación, queda claro que el futuro del arroz en Colombia sigue siendo incierto.
Otro aspecto que quedó en evidencia en la discusión entre los hombres y mujeres del agro con el gobierno de Petro es que éste último tiene una visión errónea de quienes arriesgan su patrimonio en actividades como la agricultura, sometida a los riesgos de la naturaleza, del clima, de las plagas y de las variaciones del mercado.
Para descalificar la protesta, el presidente señaló a los promotores del paro como grandes terratenientes, una condición propia de los especuladores de tierras inoficiosas o en el mejor de los casos, en ganadería extensiva.
Quienes optan por aprovechar la tierra y siembran son empresarios grandes, medianos y pequeños del agro, una condición que no gusta a este gobierno, pero son colombianos que proveen riqueza y trabajo. Por supuesto que, entre ellos, hay algunos que arriendan la tierra, pero la forma civilizada de contrarrestar condiciones inocuas de la renta de la tierra pasa por la organización de las relaciones entre propietarios y arrendatarios.
Quien nunca ha llegado al final de una quincena a responder por el pago de una nómina de empleados, proveedores, servicios, impuestos o cualquier otro costo que implica desarrollar una actividad económica cualquiera que ella sea, difícilmente puede entender las vicisitudes de quienes se arriesgan a emprender una actividad empresarial.
En relación con la desatinada acusación del presidente, para poner un ejemplo, recordamos a los parceleros del distrito de riego del Juncal en el municipio de Palermo en el Huila, que participaron del paro. Cultivan un área de 2600 hectáreas divididas en 343 predios lo que arroja un promedio de 7,6 hectáreas, gente que madruga a visitar la parcela a vigilar el cultivo, verificar que reciba el agua que requiere, se suministre los abonos que se necesitan para nutrir adecuadamente las espigas, se aplique los herbicidas, insecticidas, fungicidas o químicos que contrarresten las plagas que puedan afectar el cultivo.
Labores que generalmente puede realizar con crédito del molino o del banco a altísimos costos y con cláusulas ante cualquier incumplimiento que pone en riesgo su patrimonio. Literalmente pueden quedar en la calle. No logran conciliar el sueño pensando en la cuota que se venció.
Los arroceros salieron a las vías no por el gusto de fastidiar al gobierno o hacerle oposición, sino por el abuso del duopolio de la molinería que fijó precios para la carga de arroz paddy de ruina que los puso contra la pared. Los molinos pueden hacerlo porque tienen la seguridad de proveerse con las importaciones, con TLC, de Estados Unidos o con la CAN por acuerdos del pacto andino, además del contrabando sin control y por supuesto la cosecha nacional.
Pero no solo el precio agobia a los proveedores de comida para los colombianos, otros temas relacionados con el costo del agua, de los insumos, del crédito, de los combustibles, el arriendo de la tierra; la carencia de investigación, asistencia técnica e infraestructura, forman el cuadro de los factores que hacen de su actividad una ruleta rusa en la que la mayor parte de las veces pierden.
La posibilidad de rotar otros cultivos que contribuyan a la recuperación y estabilidad de los suelos como el sorgo, algodón, soya, ajonjolí, maní, perdidos en virtud de las importaciones del libre comercio forman parte de sus justos reclamos. Sin el desarrollo del campo y la industria no hay posibilidades de resolver las carencias de recursos para atender las necesidades de educación, salud, infraestructura y empleo, es decir, sin trabajo no hay bienestar.
Los fantasmas que evoca continuamente el presidente para justificar sus fracasos, sin duda deben responder por sus culpas del pasado, pero las realidades de hoy son competencia de quien está al mando.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com
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