Las Cuchas Tienen Razón, pero… ¿en el mural quién la tiene?

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Las disputas por la memoria en el espacio público no son nuevas. Hace ya varios años, cuando escribía con mayor regularidad columnas de opinión, redacté una acerca de las discusiones que generan las disputas por la memoria en el espacio público.

¿Quiénes tienen derecho a tumbar o poner? ¿Quiénes tienen derecho a pintar o borrar un mural? ¿Quién debería estar ocupando lugares de altar y tributo? Esa ha sido la pregunta que por décadas se han planteado países enteros en medio de contextos de post guerra o periodos históricos. ¿El ganador tiene derecho a plantar estatuas? ¿El ganador tiene derecho a tumbarlas?

Hace varios años, en Colombia, la discusión estuvo abierta en medio de una explosión social en la que cayeron varias estatuas, entre esas Sebastián de Belalcázar en Cali y Popayán, y Misael Pastrana en Neiva, ¿lo recuerdan?

En las últimas semanas, nuestro país ha vuelto a plantear este dilema, a propósito del mural ‘Las Cuchas Tienen Razón’, y se exige, desde diferentes posturas políticas (contrarias, evidentemente), el derecho de ocupar o borrar este mensaje en el espacio público.

Recuerdo que, cuando escribí aquella columna, hablé con Sebastián Vargas Álvarez, en ese entonces director del programa de Historia de la Universidad del Rosario y hoy profesor de Historia de la misma universidad, y él plantea que en las “representaciones sobre el pasado, los historiadores o investigadores no son los únicos que tienen velas en el entierro, sino que diversos actores sociales contienden, por lo que ellos interpretan la manera en que vinculan ese pasado con su presente”, es decir, más allá de lo que académicamente pueda definirse, los actores sociales, que convergen en medio de un contexto, son quienes interpretan una manera de sentir y ocupar el espacio público y cómo conectarlo con su memoria.

Pintar un mural, ocupar un espacio, plantar una estatua o un monumento, son formas de querer establecer (temporal o definitivamente) personajes o hechos históricos que inmortalicen un recuerdo. Es, de alguna manera, querer representar la memoria en el espacio-tiempo.

Por eso, para las madres buscadoras de ‘La Escombrera’, este mural resulta tan poderoso e importante, porque refleja la búsqueda que por tantos años hicieron y que terminó por confirmarse con los hallazgos de restos humanos en la comuna 13 de Medellín. Es decir, las cuchas siempre tuvieron la razón. El mural, entonces, busca hacer un honor al trabajo incansable y a la MEMORIA de aquellas mujeres que por tantos años le gritaron al país que durante la Operación Orión, bajo el Gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez, se desapareció y se mató gente. Un mural que, evidentemente, está cargado de un poderoso simbolismo y que tiene detrás muchísima historia.

De allí que resulte tan problemático que quieran borrarlo de tajo. Uno podría pensar muchas cosas, por ejemplo, ¿quién se beneficia mandándolo a borrar? ¿Tanto es el odio de muchas personas como para querer eliminar un hecho histórico que el país apenas está conociendo y que refleja el drama de tantos años de madres y familiares? ¿Qué logra alguien borrando un mural que no le hace daño?

La preservación de la memoria en la historia es clave, y el espacio público en eso contribuye en una gran medida, porque preservar la memoria en los escenarios comunes es confirmar o sostener la historia de los territorios. En cambio, borrar la memoria de los espacios públicos, es eliminar y desaparecer la historia de un pueblo.

¿Recuerdan lo que pasó con la Masacre de las Bananeras en Cien Años de Soledad? ¿Quiénes en el pueblo dieron fe al desespero de José Arcadio Segundo al afirmar que fueron 3 mil muertos? Nadie. La memoria fue borrada definitivamente y una «versión oficial» se impuso, para dar paso, muchos años después, a que un hecho histórico terminara por convertirse si acaso en un mito.

Colombia está llena de Macondos e historias similares. Por eso, la memoria debe permanecer y perdurar, para reafirmar la historia de lo que somos y de dónde venimos, y para recordar lo que ha ocurrido en nuestro país y en nuestros territorios, todo lo bueno y todo lo malo. No podemos convertir en un mito que, en Colombia, el Estado, de forma sistemática y en alianza con los grupos asesinos más sangrientos, mató y desapareció a todo aquello que no le servía o que veía como distinto.

No podemos, en últimas, permitir que el grito desesperado de estas madres buscadoras, que terminó siendo cierto, termine convirtiéndose en otro mito, que como en Cien Años de Soledad, esté condenado al olvido.

Por eso, el mural ‘Las Cuchas Tienen Razón’, ocupa un lugar especial e importante en este momento en el espacio público, porque puede que de allí dependa que mantengamos vivos y recordemos a todos aquellos familiares o amigos que en algún momento salieron de su casa… y que nunca más volvieron.

Por: Brandon Ortíz 
E-Mail: brandonorca0214@gmail.com 
Instagram: @brandon1ortiz

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