En muchas ocasiones hemos escuchado hablar de lo “rústico” como algo tosco o alejado de la moda y la modernidad, pero en la nueva visión del turismo, esta definición poco vanguardista se aleja bastante de la realidad. Dentro de este concepto se encajan temáticas relacionadas con las zonas rurales, ambientes de campo, costumbres o modales propios de estas zonas, o en algunas ocasiones para denominar algo poco refinado o pulido.
La rusticidad se relaciona estrechamente con un estilo de vida simple, íntimamente ligado con lo cálido y lo natural. Disfrutar de este tipo de ambientes, es algo que se ha vuelto cada vez más apreciado por las personas que buscan convertir algunos de sus hábitats de ciudad, en lo más parecido a un ambiente de campo. Decoraciones cada vez más relacionadas con materiales naturales y con sorprendentes toques de sencillez, en espacios urbanos, brindan un inconfundible diseño y elegancia que muchos envidiarían.
Lugares donde se aceptan las imperfecciones y se destaca lo anti geométrico, donde las combinaciones de colores se vean tan comunes como la naturaleza misma. Sitios donde la decoración se vuelve tradicional y nada pretenciosa, haciendo énfasis en la calidad y cualidad de esos materiales que originalmente fueron los empleados para crear este tipo de espacios (Madera, bambú, barro, etc.).
Si este es el tipo de tendencias que el visitante de ciudad quiere para los lugares donde habita, porque pensamos que la modernidad se debe tomar nuestras construcciones rurales. Debemos pensar en preservar y construir esos mismos ambientes “rústicos”, que el turista quiere encontrar cuando sale del frio y rígido entorno de ciudad.
Debemos frenar la cultura del cemento y volver a lo autóctono, eso que dio la idea original a la arquitectura moderna, y que hoy en día se ha convertido en una tendencia mundial a la hora de hablar de decoración.
Pensemos en restaurar nuestras antiguas construcciones, en desempolvar esos instrumentos y equipos antiguos con los que nuestros abuelos desarrollaban sus labores cotidianas, en respetar el entorno natural, el cual no es necesario destruir para realizar nuevas obras, y que, por el contrario, puede encajar perfectamente en ellas.
Aprovechemos todo lo que el ruralismo nos brinda, no menospreciemos algo que muchos aprecian, y sintámonos orgullosos de nuestras raíces. Buscar la modernidad para crear destinos que son elegidos por su naturalidad, es uno de los graves errores que podemos cometer al momento de definir nuestro proyecto turístico.
Si en realidad queremos generar un impacto en nuestros visitantes, rescatemos y reconstruyamos, esa vida añorada por muchos que, aunque la vivieron, por circunstancias del destino la tuvieron que abandonar, y desconocida para muchos más, que ni siquiera tuvieron la oportunidad de vivirla, pero que hoy quieren conocerla y aprender de ella.
Llego el momento de rememorar con orgullo nuestras tradiciones, y de hacer renacer el campo, no solo como un lugar de explotación productiva, sino como ese destino apacible, que nos libera de las innumerables y tediosas “rutinas” de la modernidad.
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Por: Hugo Andrés Rivera Collazos
Correo: hrivera.consultores@gmail.com – Twitter: @hugoandres1975