En cualquier sociedad, la cultura es el alma que define y moldea su identidad colectiva. Desde la antigüedad, las expresiones artísticas, las tradiciones y los valores compartidos han sido el reflejo de las aspiraciones, temores y creencias de los pueblos.
Las civilizaciones más avanzadas no solo se distinguieron por sus logros económicos o militares, sino, y quizás más importante, por su legado cultural. En este sentido, invertir en cultura no es un lujo, sino una necesidad fundamental para el bienestar social y el desarrollo integral de una nación.
La cultura en todas sus formas –desde las bellas artes hasta las manifestaciones populares– cumple con varias funciones vitales. Por un lado, es un mecanismo de cohesión social. Las historias que compartimos, las canciones que cantamos, las tradiciones que celebramos, nos conectan entre nosotros y nos recuerdan nuestra pertenencia a un grupo.
Además, fomenta el diálogo entre generaciones y comunidades, permitiendo el entendimiento y la convivencia pacífica en una sociedad cada vez más diversa.
Por otro lado, la cultura es también un motor de desarrollo económico. Las industrias creativas son, hoy en día, una fuente importante de empleo y riqueza. Sectores como el cine, la música, el arte y el turismo cultural generan ingresos significativos para las economías locales y nacionales.
Más allá de lo económico, las ciudades y países con una oferta cultural vibrante se posicionan como destinos atractivos para el turismo, lo que a su vez beneficia a otros sectores como la hotelería, la gastronomía y el comercio.
A pesar de estos beneficios evidentes, muchas veces la cultura no recibe la atención ni los recursos que merece por parte de los gobiernos. En épocas de crisis económica o inestabilidad política, los presupuestos destinados a la cultura suelen ser los primeros en ser recortados. Esto refleja una visión miope y cortoplacista que no comprende que la cultura no es un gasto superfluo, sino una inversión estratégica.
El estado tiene un papel fundamental en la promoción y preservación de la cultura. Es necesario que los gobiernos asignen recursos adecuados para el desarrollo de infraestructuras culturales, como museos, bibliotecas, teatros y centros comunitarios. Estas instituciones no solo preservan el patrimonio histórico y artístico, sino que también brindan acceso a la educación y fomentan el espíritu crítico entre los ciudadanos.
Además, el apoyo estatal es esencial para el financiamiento de programas que promuevan la producción artística y la innovación cultural. Los artistas y creadores necesitan de un entorno que les permita desarrollar su trabajo sin las limitaciones impuestas por el mercado o la precariedad económica. Subvenciones, becas y residencias artísticas son herramientas indispensables para garantizar que el talento creativo pueda florecer y contribuir al enriquecimiento cultural de la sociedad.
La cultura es, en última instancia, una fuerza transformadora. A través de la expresión artística, las sociedades pueden confrontar sus problemas, imaginar soluciones y proyectarse hacia el futuro. En este contexto, el estado debe asumir la responsabilidad de garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso a la cultura en sus diversas formas.
La democratización de la cultura, entendida no solo como el acceso a productos culturales, sino también como la posibilidad de participar activamente en su creación, es un imperativo para la construcción de una sociedad más equitativa y justa.
P.D.: La próxima columna les contaré acerca de las “magnificas inversiones” de la Secretaria Departamental de Cultura.
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Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar – adonistupac@gmail.com
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