El viacrucis de conseguir una consulta con un subespecialista

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Hay un momento en la vida de muchos pacientes en el que un médico general les dice, con seriedad y preocupación, que deben ser valorados por un subespecialista. En ese instante, la consulta médica deja de ser una cita de control para convertirse en el primer peldaño de un viacrucis. Uno que puede tardar semanas, incluso meses, y en el que lo último que encuentra el paciente es la compasión o la urgencia que su diagnóstico merece.

Para quienes necesitan consultar con un cirujano de cabeza y cuello, el camino es particularmente tortuoso. Nosotros atendemos  patologías complejas que incluyen desde masas cervicales y nódulos tiroideos hasta cánceres agresivos de laringe, cavidad oral y glándulas salivales. Son enfermedades que no esperan, que avanzan, que erosionan el cuerpo y la esperanza con cada día de demora.

El viacrucis comienza con una orden médica: “Requiere valoración por cirugía de cabeza y cuello”. Pero esta indicación, en muchos casos, se convierte en una odisea administrativa. El paciente debe solicitar una autorización, esperar que se agende una cita —a menudo a semanas o meses de distancia— y muchas veces descubrir que no hay disponibilidad o que lo han remitido al lugar equivocado, con el especialista incorrecto.

La situación se agrava en regiones apartadas o ciudades intermedias donde estos subespecialistas simplemente no existen. El paciente debe desplazarse, con su dolor y su incertidumbre, a otras ciudades, muchas veces sin recursos ni acompañamiento. ¿Cómo se le explica a una madre cabeza de hogar, con un nódulo en la tiroides que causa disfonía y dificultad para tragar, que debe viajar 12 horas en bus para una cita médica de cinco minutos?

Y cuando por fin se logra la consulta, empieza otro ciclo de trámites: autorizar exámenes, solicitar imágenes, programar biopsias, obtener otra autorización para una nueva cita. En medio, se pierde tiempo valioso. Y para el cáncer, el tiempo no es neutral: es un enemigo silencioso que transforma lo tratable en incurable.

Los médicos que trabajamos dentro del sistema también sufrimos. No por burocracia, sino por impotencia. Porque vemos cómo pacientes que podrían haber sido operados oportunamente llegan tarde, deteriorados, con enfermedades en etapas avanzadas, no por negligencia médica, sino por fallas estructurales del sistema.

El sistema de salud colombiano tiene aciertos, pero también deudas profundas. Entre ellas, una red de referencia y contrarreferencia obsoleta, una fragmentación del cuidado que deshumaniza el proceso, y una falta de voluntad política para garantizar el acceso oportuno a la alta complejidad.

Como médico, pero también como ser humano, me preocupa el impacto emocional de este viacrucis. Porque no es solo el cuerpo el que enferma. Es la confianza, la fe en las instituciones, el sentido de dignidad del paciente. Un sistema que exige tanta paciencia al paciente termina convirtiéndolo en una estadística más. Y eso es, en esencia, una forma de violencia estructural.

Necesitamos una reforma del sistema que no solo piense en sostenibilidad financiera, sino en dignidad, compasión y humanidad. Que entienda que detrás de cada orden médica hay una historia, una familia, una vida que espera —y que no siempre puede esperar.

Mientras eso ocurre, los médicos debemos alzar la voz. Ser puentes entre el dolor del paciente y la sordera del sistema. Recordar que nuestra misión no es solo curar, sino acompañar, consolar y transformar. Incluso en medio del viacrucis.

Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar – adonistupac@gmail.com
X: @saludempatica

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