En la historia reciente de la humanidad se conocen tres grandes revoluciones que han traído riqueza a los pueblos y desarrollo a sus comunidades.
La revolución industrial, la cual tiene dos hitos; el primero condujo a una evolución de la economía agrícola tradicional a otra caracterizada por procesos de producción mecanizados, tuvo origen en Gran Bretaña y se dio a finales del siglo XVIII, el segundo que se da a finales del siglo XIX y comienzos de siglo XX, cuando la revolución industrial da el paso de carbón a hidrocarburos, a lo cual se suma el desarrollo de la industria química, eléctrica y del acero.
Hasta este punto, quienes desarrollaban riqueza eran los productores de bienes. Luego viene la revolución comercial, la riqueza en la segunda mitad del siglo XX la acumulan no quienes producen sino quienes comercializan.
Y pasamos del mundo de Colgate, Unilever y Procter, al nuevo mundo de los Walmart, Target y Home Depot. La fábrica deja de ser lo importante, se puede tercerizar y el punto de venta es lo realmente relevante en la cadena de valor.
Una vez pasa la segunda guerra mundial, nace una carrera armamentista entre Rusia y los EUA, que conllevó al desarrollo de la tecnología de semiconductores y circuitos integrados, que a finales de los años 50 permitió el surgimiento de cámaras digitales, satélites, computadores, internet y la telefonía móvil, a lo cual llamamos la revolución tecnológica.
La nueva revolución se basa en la transformación de una idea en beneficios, unos la llaman la economía creativa y otros la han mercadeado como economía NARANJA, que comprende los sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se fundamenta en la propiedad intelectual: arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, moda, música, publicidad, software, contenidos y videojuegos.
Según la UNESCO, la cultura y los bienes o servicios directamente relacionados con la creatividad representan un 3% del PIB mundial, y dan empleo a 29,5 millones de personas en el mundo. Los ingresos de las industrias culturales y creativas en el mundo representan US$2,25 billones, más que toda la industria automovilística de Europa, Japón y Estados Unidos.
Para aterrizar al lector, menciono unos casos mundiales: El Cirque du Soleil emplea a más de 5.000 personas y reporta ventas que superan los 800 millones de dólares anuales.
Netflix tiene 33 millones de suscriptores y comercializa 3.600 millones de dólares por año. El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá reúne anualmente más de 3,9 millones de personas. El Carnaval de Río de Janeiro recibió 850.000 visitantes en 2012 quienes consumieron 828 millones de dólares.
El carnaval de Barranquilla tiene un impacto económico cercano a los 19,5 millones de dólares (supera los 60.000 millones de pesos) y genera 12.000 empleos temporales.
Neiva debería seguir el ejemplo de Bilbao, una ciudad que tiene un tamaño poblacional muy similar. Luego de la era industrial esta ciudad entró en un ciclo de estancamiento económico brutal. Solo hasta finales de los 90s hicieron un desarrollo arquitectónico cultural, que requirió una inversión descomunal a los ojos de todos los españoles.
Invirtieron alrededor de 100 millones de euros en un museo, pero no para darle gusto a los artistas locos, sino para revolucionar su economía. El museo Guggenheim Bilbao recibió 1,17 millones de visitantes en 2016, logrando por octava vez superar en su historia la barrera del millón de visitantes y un incremento del 6% con respecto a 2015. El total de la demanda generada como consecuencia de su actividad cultural y artística fue de 485,3 millones de euros.
Un súper complejo cultural, que le permita a Neiva ser destino y no solo receptor del turismo, que se convierta en el abrebocas para el turista internacional acerca de la expresión cultural, de la biodiversidad ecológica, la riqueza arqueológica y la expresión máxima del arte de nuestra gente huilense.
Un desarrollo arquitectónico que tenga su museo, un gran teatro y un centro de estudios musicales, literarios y de arte digital, a orillas del río Magdalena a la altura de trapichito.
Para los incrédulos, les regalo la cita de Honoré de Balzac, «No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento», pero claro, para que las ideas tomen forma y puedan desembocar en un resultado tangible, es necesario tener visión y arriesgarse.
Neiva y el Huila deben asumir retos inéditos al dar vida a nuevas ideas de desarrollo económico, conectándose con oportunidades que nunca antes se habían presentado. ¡Pasemos del carbón a la naranja!
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Por: Germán Alberto Bahamón J.
Twitter: @GermanBahamon