Columna sudamericana

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Los Andes atraviesan nuestro continente como una columna vertebral compartida. Sin embargo, nos comportamos como si estuviéramos fragmentados, como si fuésemos partes sueltas de un cuerpo que no sabe caminar en unidad.

Geográficamente, esta columna atraviesa 7 países que en total suman más de 210 millones de personas. Nace en Argentina y Chile, que tienen los picos más altos de nuestra cordillera. Desde allí, asciende hasta las tierras cafeteras de Colombia, donde se divide en tres, un país privilegiado con salida a dos océanos, algo que pocos en el mundo pueden decir. A diferencia de Argentina, cuyo paso hacia el océano Pacífico es el inhóspito canal de Drake, Colombia goza de un punto geopolítico estratégico que aún no explota del todo.

Y, sin embargo, seguimos aislados. Cada país, atrapado en su drama interno, como si la suerte de uno no afectara la del otro. Como si no compartiéramos historia, idioma, sangre, arte, lágrimas y futuro. A veces, la falta de visión de quienes nos gobiernan nos impide aprovechar lo que tenemos: un territorio que el mundo envidia por su riqueza en todo sentido.

Colombia y Argentina tienen diferencias marcadas, sí, pero también tienen coincidencias que sorprenden a quienes se animan a mirar más allá de los clichés. Los paisas y los cordobeses comparten una energía inquieta, comercial, rápida y un acento cantado. Los opitas y los santiagueños aman su calor, sus fiestas anuales, sus coloridas tradiciones, su folclor propio, su habla pausada y su identidad resistente. Los porteños y los rolos, ambos urbanos, críticos y algo arrogantes, están igualmente llenos de ideas, cultura y contradicciones. Incluso sus acentos, si uno afina el oído, se espejan más de lo que pensamos.

Más allá de las personas, hay dolores comunes: la corrupción que nos ahoga, la desigualdad estructural, el olvido de las periferias. Y hay una trampa que funcionó demasiado bien: la de hacernos creer que somos pobres, cuando en realidad hemos sido saqueados, mal administrados y desconectados.

Nos enseñaron a mirarnos con desconfianza entre países vecinos. Como si no bastara con sobrevivir a nuestras crisis internas, también nos hicieron dudar de los de al lado. Pero los Andes nos siguen recordando que estamos unidos por algo más grande que nuestras diferencias: una geografía que nos conecta y una historia que debería empujarnos hacia la cooperación, no hacia el aislamiento.

Colombia tiene la biodiversidad, la música que trasciende fronteras, una alegría que sobrevive incluso en la guerra. Argentina tiene el pensamiento crítico, una cultura política intensa y un legado artístico que ha inspirado al continente. Si aprendiéramos a complementarnos, si dejáramos de competir por quién sufre más o quién está “mejor”, podríamos levantar una región más fuerte, más justa, más digna.

Esta columna no se escribe solo desde el teclado, sino desde el deseo de una patria grande que todavía no existe del todo a pesar de mucho oportunista electoral. Una Sudamérica que abrace su columna vertebral, que se mire sin prejuicios y que se reconozca en el otro. Porque si los Andes nos atraviesan a todos, quizás ha llegado el momento de caminar juntos.

El mayor error ha sido delegar el rumbo a quienes nunca pensaron en región, solo en poder. Nos han entretenido con ideologías, polarizaciones y promesas vacías, mientras nos alejaban unos de otros. Fuimos funcionales al guion ajeno, creyendo que ser sudamericanos era una condena, cuando siempre fue una posibilidad.

No nos faltan recursos. Nos ha faltado memoria, decisión y unión. Y ya es tiempo de recuperar eso que nunca debimos soltar: la conciencia de que juntos valemos más, que los pueblos despiertos no necesitan caudillos, y que nuestra verdadera columna es la que levantamos cuando dejamos de mirarnos con miedo… y empezamos a reconocernos con orgullo. Sin lucrar con la desgracia ajena, motivándonos y sacando ventajas del milagro del territorio que tenemos.

Desde el altiplano hasta la Patagonia, desde el café de Nariño hasta el vino de Mendoza, tenemos una raíz común que no siempre reconocemos: el alma andina. Una fuerza que no solo es geológica, sino espiritual y cultural. El talento argentino y la creatividad colombiana no deberían caminar solos. Si cada país del continente dejara de mirar hacia el norte y comenzara a mirarse con cariño hacia los lados, Latinoamérica podría ser mucho más que una categoría geográfica. Podría ser un proyecto común.

Por: Caly Monteverdi
Conferencista internacional

Comunicador argentino, asesor estratégico y creativo
X – Twitter: @Calytoxxx

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