A un año del 26, a pensarla bien

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En 12 meses elegiremos el nuevo Congreso de la República y sin duda habrá una clara disputa entre el tradicionalismo político, y entiéndase en la forma clásica como las casas políticas han mantenido el poder en las regiones; y aquellos que se salen del molde y logran renovar confianza; pero, ante todo, despertar interés hacia la política, en las nuevas generaciones que cada vez creen menos en ella.

Algunos dirán entonces que, para ganar, hay que conquistar al elector, y de allí se desprender mil formas de hacerlo, de disuadir, de enganchar, de cautivar, de apelar a las emociones y de generar confianza y esperanza para alcanzar el objetivo final: el voto. De hecho, yo era de los que pensaba antes que estas elecciones se ganaban así.

Sin embargo, ahora creo que no es una camisa de fuerza. De hecho, las clases políticas tradicionales, generan indignación, enojo, desilusión, incomodidad y hasta frustración y rabia, a propósito.

Y tiene su lógica, entre más logren que la gente se desilusione de la política, de los políticos, del sistema, del Estado incluso, de las formas como se gobierna. Entre más hagan sentir enojo por la corrupción, por legislar en contra del pueblo, por pensar más en los intereses personales que en los colectivos, más opciones tienen de ganar.

“¿Pero estás loco?” Me dijo una amiga consultora política. “Lo que se debe hacer es todo lo contrario, tratar de conquistar al elector”, agregó. Y le refuté: No, no es necesario. Entre menos gente quiera saber de la política, entre menos gente quiera salir a votar, entre menos quieran participar los jóvenes, entre menos gente tenga esperanza y fe en una elección y crea que las cosas no van a cambiar, más opciones tienen los mismos de seguir en el poder.

Ese es el escenario ideal para quienes han hecho la política de forma tradicional y cargada de malas prácticas. Entre menos gente participando, más barata es una elección, menos tiempo se invierte en la campaña, se planifica con tiempo y dinero el día electoral, menos votos hay que conquistar, luego los esfuerzos se concentran en organizar equipos, aceitarlos, y así garantizar la mayoría de la torta ya pequeña que existe.

Por eso es que los mismos siguen ganando. Por eso, Esperanza Andrade sale a medios a decir que no le importa que la declaren persona no grata, días después de hundir la reforma laboral en la comisión Séptima del Congreso. Sabe que a pesar del repudio que genera, el voto de sus seguidores ya lo tiene asegurado, porque, aunque no estén de acuerdo con ella, los que siempre le han votado, no lo hacen por convicción de pensamiento, sino porque a cambio reciben favores. Y así podemos poner muchos ejemplos de cómo funciona el sistema.

Por eso ellos no se preocupan por la opinión pública, por los escándalos, por los señalamientos. Saben que al final con la chequera, recuperan el terreno que pareciera para los demás, que están perdiendo.

Por eso esto solo cambiará, cuando entendamos que el cambio empieza por nosotros, no por otra persona. La elección es una sumatoria de voluntades, sí, pero, al fin y al cabo, nuestro aporte suma.

Así que empecemos desde ya a evaluar a quiénes queremos en el Congreso el otro año, y en vez de dejarle a los mismos de siempre, la capacidad de definirlo, tomemos las riendas de esta decisión, y hagamos el cambio que queremos.

La Ñapa

Como está el panorama hoy, dos de los cuatro actuales representantes a la Cámara, tienen más difícil su estadía cuatro años más en el Congreso: Luz Pastrana y Leyla Rincón. Los otros dos, Julio Triana y Flora Perdomo no la tienen asegurada, pero llegan con más ahorro político. Tal vez la segunda más que el primero, pero todo dependerá de las listas que logren conformar que, por ahora, según lo que vienen avanzando, son las más fuertes.

Por: Andrés Felipe González Díaz
Comunicador Social y Periodista
Especialista en Comunicación Digital
Asesor en Comunicación Política

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