Soy un buen televidente, un vicio que adquirí de mi papá cuando acostumbrábamos a ver películas de vaqueros juntos cuando era niño hasta altas horas de la noche; ese vicio aún lo cultivo y ahora me gustan las series históricas y documentales.
Hace un par de días pude ver el documental chileno La memoria infinita de Maite Alberdi, este documental nos invita a presenciar, sin adornos ni filtros, la lenta transformación que provoca el Alzheimer en una pareja profundamente unida. Augusto Góngora —periodista y figura pública— comienza a perder su memoria, y con ella se desdibuja parte de la historia compartida con su esposa, la actriz Paulina Urrutia. Sin embargo, lo que emerge en ese vacío no es la nada, sino la ternura, la paciencia y una forma radical de amor.
Como médico y familiar, he observado a varias familias en este tránsito. El Alzheimer no es solo una enfermedad neurológica; es una experiencia humana compleja que erosiona identidades, altera dinámicas familiares y desafía la manera en que concebimos el vínculo con quienes amamos. A diferencia de otras patologías, aquí el paciente no solo pierde funciones: pierde fragmentos de sí mismo. La memoria —ese hilo invisible que teje nuestra biografía— comienza a deshacerse. Y, al hacerlo, arrastra consigo parte de quienes lo rodean.
En el documental, Paulina cuida a Augusto con una mezcla admirable de firmeza, amor y ternura. No romantiza el proceso. Hay momentos de cansancio, frustración, dolor y desorientación. Pero también hay gestos mínimos que sostienen la vida diaria: una caricia que ancla, una mirada que recuerda lo que las palabras ya no logran nombrar. Esos gestos son, en última instancia, actos médicos en el sentido más profundo: restauran humanidad en medio de la pérdida.
La medicina suele enfocarse en diagnósticos, escalas cognitivas y tratamientos farmacológicos. Todos importantes, pero insuficientes. El Alzheimer exige algo más: presencia compasiva. Escuchar sin corregir, acompañar sin imponer y cuidar sin anular. Requiere que el entorno —familia, sistema de salud y sociedad— reconozca la dignidad intacta de la persona que, aunque olvida, sigue sintiendo, amando y siendo.
La historia de Augusto y Paulina también revela el impacto en los cuidadores. Su rol es silencioso, sostenido, muchas veces solitario y poco comprendido. En la consulta médica, pocas veces preguntamos cómo están ellos. Sin embargo, son el eje invisible que mantiene la vida cotidiana. Acompañarlos con apoyo psicológico, redes comunitarias y políticas públicas adecuadas es tan esencial como prescribir un medicamento.
Al final, La memoria infinita no habla solo del Alzheimer. Habla de nosotros. De cómo elegimos recordar cuando el otro olvida. De cómo el amor puede convertirse en memoria compartida cuando la individual se desvanece. En tiempos donde la eficiencia parece dominar la práctica médica, este documental nos recuerda una verdad esencial: la memoria puede fallar, pero la compasión no debe hacerlo nunca.
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Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar
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