El pasado 21 de junio, en Medellín, el presidente Gustavo Petro afirmó que en Colombia “solo los hijos de los ricos” estudian medicina y luego “se la pasan todo el día tomando tinto en la 93”. Como cirujano, educador y poeta, me niego a callar ante un ataque tan raso contra una profesión imprescindible, muchas veces maltratada, amenazada e incluso asesinada en zonas marginales donde la medicina deja de ser un estilo de vida y se convierte en dilema ético y, a veces, de supervivencia.
Que el jefe de Estado reduzca el compromiso de los médicos a “tomar café en zonas exclusivas” revela ignorancia voluntaria. Ignora la realidad de quienes enfrentan turnos de 24 horas o más, sistemas colapsados, deudas educativas y precarización contractual.
La pauperización laboral no es cuento, médicos graduados de universidad pública con ayuda de ICETEX son los más afectados, hay hospitales que les deben meses de sueldo, muchos hicieron milagros académicos con financiamiento estatal. Contratos precarios, falta de garantías profesionales, sobrecarga asistencial y angustia legal golpean día a día a quienes, en zonas marginadas, afrontan la carencia de lo mínimo para salvar una vida.
En 2023, la Mesa de la Misión Médica registró 511 eventos violentos contra la asistencia sanitaria, de los cuales 140 estaban relacionados con conflictos armados. El Comité Internacional de la Cruz Roja reportó 325 ataques en 2020—aumentando un 19 % respecto a 2019—además de agresiones físicas y amenazas tras acusaciones infundadas durante la pandemia. Solo en Antioquia, murió el médico rural Cristian Camilo Julio Arteaga en abril de 2024; en la misma zona otro colega fue amenazado en 2016 y en Caquetá, ambulancias y personal han sido interceptados por grupos armados.
Lejos de la 93, en Buenaventura y Tumaco, el personal médico está sometido a violencia sistemática, homicidios selectivos, secuestros, amenazas que obligan a operar bajo fuego cruzado. A pesar del post-conflicto, estas zonas siguen siendo escenarios de violencia extrema y vulnerabilidad médica.
No son los médicos quienes fallan, sino un sistema que los obliga a sostenerlo sin respaldo real. Las agremiaciones exigen dignificación laboral, seguridad en zonas rurales y participación activa en reformas legales. No pedimos elogios; exigimos condiciones para cumplir nuestro deber.
Presidente, no se confunda: quienes ejercemos la medicina en Colombia no escogemos la comodidad. Decidimos salvar y acompañar vidas, muchas veces bajo amenaza y con salarios que llegan tarde. Juzgar a los médicos por su origen social o un supuesto café en la 93 es maltratar a quienes día a día ponen cuerpo y alma en territorios marginales. Señalar al mensajero equivocado no desactiva la crisis del sistema de salud.
Al contrario, exige reconocimiento, diálogo, valentía política y soluciones reales. Si queremos que los médicos dejen de huir de zonas rurales o renunciar, hay que dignificar la profesión y enfrentar las amenazas, no lanzarles café virtual desde un estrado urbano.
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Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar – adonistupac@gmail.com
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