La indigencia es un problema grave que tenemos en nuestro país. El gobierno nacional publica cifras contradictorias, que demuestran, que los índices de pobreza disminuyen, mientras en la práctica la indigencia aumenta, convirtiéndose en una problemática que mueve la fibra social en Colombia.
En pueblos y ciudades nos encontramos con personas, que por algún motivo han tenido que pasar a vivir en la calle, sobreviviendo con la limosna que mitigan a diario, o lo que logran hurtar en cada “papayaso” que encuentran a su paso. Donde quiera que hagan presencia estos hombres y mujeres, llamados ahora por el modernismo, “habitantes de la calle”, crean un ambiente de incomodidad e inseguridad y gran riesgo en especial para mujeres y niños.
Para los expertos: “la indigencia es un fenómeno social que no sólo rebasa a los niños y niñas de la calle, que no sólo se concentra en los adultos mayores, sino que atrae como un imán a los jóvenes, a los adultos, a los discapacitados que viven situaciones adversas; y más allá de convertirse en un factor de análisis social, pide ayuda moral y humanitaria”.
El mundo también está enfrentado a características de la indigencia moral, y la pérdida turbulenta de la ayuda al otro. Por ende, hoy más que nunca la sociedad que vive en indigencia, clama a la sociedad aparentemente normal, que la vea, no con lastima ni menosprecio, sino como un rostro que forma parte de ella y que pide ser atendida urgentemente.
Nuestros gobernantes de turno que despilfarran tanto dinero en: guerra, sueldos gigantescos y pensiones a altos funcionarios, y congresistas en su mayoría corruptos e ineptos, debería invertir en construcción de granjas agropecuarias, en lugares aledaños a ciudades, que le permita a estas personas que están en esa condición; primero: cambiar su aspecto físico mediante aseo, salud y vestuario. Segundo: recibir formación para el desempeño en temas agropecuarios y manufacturación. Tercero: vincularlos a la producción agro industrial y emprendimiento, y cuarto: promover el reencuentro con su familia y la sociedad.
La rehabilitación de estas personas, no puede ser a través de comida y consejos, ni cambiando el término “indigente” por el de habitante de la calle. Debe ser con programas que alejen de la pobreza y de la droga a estos seres humanos. Valoro inmensamente el trabajo humano que viene realizando la doctora Alejandra Valderrama, desde la secretaría de integración social.
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Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com