Conocí a Arnoldo Palacios gracias a mi hijo que puso en mis manos un ejemplar de “Las estrellas son negras”. Palacios, un maravilloso escritor chocoano cuyas letras no aparecían en mi radar; detalla en su obra de modo singular las carencias y el hambre que padece el pueblo del pacífico; de manera descarnada hace una radiografía de los síntomas de quien lleva días sin probar bocado: la ansiedad, el dolor en las tripas, las alucinaciones, las marcas en la piel ajada por la ausencia de hidratación; la tristeza que acompaña la pobreza no logra apagarse con el alegre sonido de la marimba de chonta, el cununo y el bombo.
Miseria que contrasta con la riqueza que produce el saqueo por décadas de sus valiosos recursos naturales: oro, plata, platino y madera fina; el pillaje la ha convertido en una devastada región.
El litoral del oeste colombiano es una imagen reflejada de la vida que viven millones de colombianos, empujados al rebusque por un siglo de sátrapas acomodados asaltando el erario y feriando los recursos de la nación.
Lo último: tres décadas arruinando la producción agrícola que fundamentalmente prosigue cumpliendo sus faenas con machete y azadón, con unas pocas islas de modernidad en que la mecanización funciona; igual ocurre con la incipiente industria que se desarrolló en el siglo pasado: la manufactura de textiles, el ensamblaje de automóviles acompañado por una extensa red productora de autopartes, la producción de la conocida línea blanca, todas reducidas a su mínima expresión.
El panorama es el de una nación en franco retroceso; una ruta similar al drama que viven hoy los habitantes de Sri Lanka cuyos gobernantes con el argumento de la protección del ambiente suspendieron la importación de abonos químicos y marchitaron la producción agraria. La impronta del subdesarrollo.
La ruina nos agobia, por la escasa riqueza que creamos, la crisis de los imperios obedece al exceso que los sofoca y al apetito de sus fabulosos capitales ociosos. Así se explica la abrumadora diferencia del ingreso per cápita y las terribles condiciones que los habitantes del tercer mundo tenemos para trabajar y vivir.
Mientras tanto la Ministra de Minas repite las especulaciones sobre las economías decrecientes, que promueven los teóricos del progresismo, copiadas de ideólogos eurocéntricos a los que tanto odian, las opiniones no son propias, me recuerdan un foro organizado en Neiva para discutir sobre el futuro agrario de la región, los expositores amigos de la agricultura familiar y comunitaria, que por supuesto tiene su espacio, menosprecian la agricultura moderna, a tal punto que un profesor universitario, aduciendo la acidificación a los suelos que ha generado el monocultivo de arroz, pues no se volvió a rotar con otros cultivos como sorgo, maíz, algodón, ajonjolí, por las desventajas para sembrar que ocasionaron las importaciones, justificó privilegiar el arroz secano sujeto a los riesgos de las contingencias del clima, satanizando el arroz riego como causante de la degradación edáfica. Según su miopía no se puede emplear la tecnología para resolver la necesidad de alimentos de la población, estos solo son aceptables si son ecológicos, sin mayor labranza.
Se volvió corriente utilizar la sensibilidad sobre temas ambientales para justificar cualquier exabrupto, abjurar de la ciencia o invitar a las tropas gringas a custodiar el amazonas, que ironía, ahora el capitán América, el mayor depredador como gendarme global.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com
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