Es recurrente escuchar a simpatizantes de los sectores políticos denominados de la izquierda, recriminar a las organizaciones por los debates y confrontaciones ideológicas que viven a diario, y regularmente caen en el discutible sofisma de que la causante de sus precarios resultados electorales es la falta de unidad.
Menosprecian el control ideológico y económico de quienes detentan el poder y desdeñan la influencia determinante del imperio en las decisiones internas de la vida política y social del país; estos mismos a pesar de la proximidad geográfica de ejemplos de avances en la toma del poder por la vía de la movilización social de sectores refractarios a la intromisión de instituciones como el FMI y el Banco Mundial, y ajenos al uso de la violencia como instrumento de la lucha política, persisten en mantener en un pedestal a las organizaciones armadas y por acción u omisión circunscriben su futuro político a las decisiones que toman los comandantes al interior o el exterior del país, por el contrario los sectores de la izquierda democrática mantienen la convicción de que la unidad que el país requiere es aquella que se forje con las gentes del trabajo, las que contribuyen a la producción en su calidad de empresarios u empleados sea en el agro o la industria o en servicios, las gentes que estudian, los cultores del arte; en fin, todos aquellos que construyen y colaboran en el desarrollo de la nación, una unidad que envíe al cuarto de trebejos tanto a los que se lucran de las desgracias de las mayorías entregando las riquezas materiales y el trabajo al gran capital así como a los que extorsionan, secuestran y asesinan al empresariado nacional con la excusa de la lucha de clases.
Transformar a Colombia en la nación que nos merecemos solo será posible el día que la inmensa mayoría comprenda a plenitud la necesidad de gozar de soberanía, poder decidir de manera autónoma que queremos hacer en educación, en salud, en explotación de recursos naturales, que sectores de la industria privilegiar y proteger, qué agro desarrollar para garantizar la seguridad alimentaria ajenos a los intereses de las multinacionales que comercializan la comida, qué tipo de relación nos conviene mantener con las demás naciones de la tierra; en fin, no obrar al vaivén de las directrices de los traficantes internacionales, ni de minorías de derecha o de izquierda al interior, sino al son de las mayorías laboriosas que generalmente no tienen partido.
—