¿El fin de la globalización?

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¿Somos conscientes de que estamos viviendo una nueva era? Yo me animo a llamaría «la gran Reversión». El mundo, lejos de fortalecerse como un gran mercado interconectado con todos sus beneficios, se repliega: bloqueos mezquinos y estratégicos, tensiones políticas desatinadas y nuevas barreras comerciales desdibujan los logros de décadas de integración. A las pruebas me remito, no estoy inventando nada.

A diferencia de lo que algunos proclaman, no estamos presenciando un sano patriotismo, sino un dañino populismo defensivo. Tampoco podría denominarse una planificación estratégica, sino que es más bien una reacción desesperada a décadas de errores.

Aunque en 2024 el comercio mundial de bienes creció un 3,7% y todos lo festejaron, la Organización Mundial del Comercio mostró la realidad y advirtió que este repunte no es estructural. El crecimiento sigue por debajo del promedio histórico del 4,3%, y 2025 en estos primeros meses se viene vislumbrando incierto.

El Banco Mundial confirmó en 2023 un aumento alarmante: casi 3.000 nuevas restricciones comerciales cinco veces más que en 2015 (y eso que no están incluidas en ese informe las tarifas impuestas este año). Cada país prioriza su propia subsistencia inmediata, generando un efecto dominó de desconfianza e inestabilidad improductiva.

Reflexionemos un segundo. La paradoja es brutal: China, de tradición comunista, lidera hoy la expansión global pragmáticamente (el más capitalista de los que se dicen no-capitalistas), mientras Estados Unidos, “cuna de la democracia y el libre mercado”, adopta medidas proteccionistas que recuerdan a épocas pasadas y ahoga al planeta. Si la rivalidad tarifaria sigue, expertos advierten que el mayor beneficiado será China, salvo que Trump logre alguna maniobra inesperada e inteligente, hoy imprevisible.

Cerrar fronteras puede sonar tentador, pero no es un plan de futuro próspero. Sin cooperación internacional, las economías se estancan, la innovación se ralentiza y los desafíos comunes, como el cambio climático, se vuelven inabordables.
El Papa Francisco resumió esta necesidad con una frase luminosa: hoy más que nunca, “el mundo necesita líderes que construyan puentes, no muros”. El líder puede que nazca siendo líder o teniendo las capacidades, pero podría perfectamente prepararse y evolucionar para ser aún mejor.

El verdadero patriotismo no consiste en levantar barreras, sino en asegurar prosperidad sostenible para las futuras generaciones. La actual pandemia de egoísmos globales está erosionando la convivencia y fomentando un neoproteccionismo que transforma continentes enteros en islas aisladas de un archipiélago en retroceso.

Pasar del miedo a la oportunidad, del sálvese quien pueda al construyamos juntos, es más que un deseo: es una necesidad vital. Si insistimos en fragmentarnos, el planeta dejará de ser una red de puentes para convertirse en un archipiélago condenado a su propio naufragio.

El futuro exige una unidad complementaria global, donde lo que a un país le falta se potencia con lo que otros pueden aportar. No se trata de uniformarnos, sino de construir una red de reciprocidades estratégicas que respeten las identidades y multipliquen las fortalezas. ¿Pido mucho?

Por: Caly Monteverdi
Conferencista internacional

Comunicador argentino, asesor estratégico y creativo
X – Twitter: @Calytoxxx

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