El momento en que se pronuncia la palabra “cáncer” constituye un umbral emocional y clínico que rara vez reflejamos en su complejidad. Más allá del diagnóstico, hay una dimensión profunda —psicológica, social y existencial— que, con frecuencia, se pasa por alto en la consulta médica.
Las estadísticas evidencian que hasta un 50 % de los pacientes con cáncer de cabeza y cuello desarrollan ansiedad o depresión tras el diagnóstico y tratamiento. No se trata solo de la enfermedad física, sino del golpe psíquico: miedo al futuro, incertidumbre sobre la identidad, la voz, la imagen. Ese temor a “no ser uno mismo” queda sin decir, no es suficiente espacio en la consulta para explorarlo con profundidad.
El 59 % de los pacientes vive solo o separado, un porcentaje tres veces superior al de la población general. Cuando se rompe la rutina, la consulta simplemente no puede anticipar la caída de redes de apoyo. La familia y la comunidad no ven la vulnerabilidad del paciente. Y lo más invisible: la soledad que provoca la pérdida de roles sociales, la dificultad para comer, hablar, salir.
Aunque el 100 % de los pacientes desea transparencia, “entre un 15 % y 20 % no recibe un diagnóstico claro por el deseo familiar de protegerlos”. Entonces, circulan mitos, dudas y medias verdades. La palabra “cáncer” se deja en el aire o se disfrazan los matices. En ese vacío, el paciente flota sin brújula: ¿Qué tipo tengo?, ¿Qué pronóstico?, ¿Qué tratamiento y sus secuelas?
En la práctica cotidiana, la limitación de tiempo, el ritmo del sistema y la falta de entrenamiento impiden escuchar lo que duele, lo que asusta, lo que nadie se atreve a preguntar: ¿y si se agrava? ¿y si me cambia la voz o el rostro? ¿y si pierdo autonomía?
La palabra “detección temprana” puede dar una falsa sensación de salvación. Pero hay tumoraciones que, descubiertas, no habrían causado daño, y otros que ya están diseminados a pesar de su aspecto “temprano” . Los pacientes no siempre entienden que someterse a cirugía o radioterapia puede generar más daño que beneficio; y no se les explica con claridad este riesgo.
La “toxificación financiera” no figura suficientemente en la charla médica. En cáncer pulmonar en Argentina, el 70 % de los hogares reportó gastos catastróficos, en nuestro medio hispanoamericano, el impacto económico es similar. Pero en la consulta, esa realidad queda relegada al silencio.
El diagnóstico es una frontera entre dos mundos: el del antes y el del después. Si bien la ciencia nos da la palabra exacta —carcinoma, estadio, tratamiento—, la dimensión humana exige mayor profundidad. Darle espacio al silencio producto del miedo, explorar las angustias que no caben en la historia clínica, convocar el apoyo familiar y emocional, y hacerlo con compasión y valentía, no dilata la cura: la potencia.
El verdadero acto curativo no termina cuando se alivia el tumor. Empieza cuando el paciente siente que fue visto, escuchado, sostenido. Y es ahí, en lo no dicho, donde comienza la verdadera curación.
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Por: Adonis Tupac Ramírez Cuéllar – adonistupac@gmail.com
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