Conocí al Papa Francisco

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En los últimos 150 años, solo el 1,5% de los países del mundo (195) se dieron el lujo de ser cuna de un Papa: Polonia, Alemania y mi país, Argentina ¡el primero y único extra europeo en 1200 años! ¿Cómo no sentirme orgulloso de eso?

Por eso me resulta imposible no dedicarle esta columna al Papa Francisco, a quien tuve la suerte de conocer en varias reuniones personales en mi Buenos Aires querido, allá por 2002 cuando una revista que yo creé y era director fue elegida por él como la mejor de la ciudad.

Tras la catástrofe económica argentina, Jorge Mario Bergoglio —entonces arzobispo— nos reunió y fuimos en representación de la organización “Red Solidaria” junto a su creador y amigo Juan Carr, nos acercamos a pedirle colaboración en diversas causas sociales. Nunca nos dijo que no. Siempre directo, siempre dispuesto. Ya entonces se notaba que no era un prelado más, sino un líder con peso político, social y espiritual. Lo que no sabíamos era de qué forma iba a trascender.

Ya viviendo en Colombia, verlo por televisión saliendo del balcón en 2013 tras el Habemus Papam nos emocionó a muchos. Fue el primer jesuita, el primero en adoptar el nombre Francisco en honor a San Francisco de Asís. Hijo de padre italiano, Amaba el mate, el fútbol, el tango y sobretodo la milonga. Tan argentino como Maradona o Messi. Quizá por eso más gente lo escuchó. Su estilo fue siempre el de un pastor incómodo, más cercano que protocolario.

Fue el Papa número 266 desde Pedro y el tercero en visitar Colombia, después de Pablo VI y Juan Pablo II. En sus 12 años de pontificado desde Roma, publicó cuatro encíclicas clave: Lumen Fidei (2013), sobre la luz de la fe; Laudato Si’ (2015), un grito por el cuidado de la “casa común” y de los más pobres, que recomiendo leer con profundidad y no usar como simple bandera política —como hace el presidente sin conocer su contenido evangelizador y en defensa de la vida—; Fratelli Tutti (2020), sobre la fraternidad y la amistad social en plena pandemia; y Dilexit Nos (2024), sobre el amor humano y divino en el corazón de Cristo. En cada una se percibe su esfuerzo por acercar la doctrina al presente.

Visitó 66 países, varios de ellos nunca antes visitados por un Papa: Emiratos Árabes, Irak, República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Su figura fascinó porque supo mezclar lo invisible con lo tangible, lo divino con lo político. En tiempos de crisis de autoridad, su voz retumbó sin exigir obediencia ciega. Fue disruptivo sin romper del todo. Moderno en lo humano, fiel en lo esencial. Su pontificado tendió puentes entre tradición y presente, entre los márgenes del mundo y el centro del poder eclesial. Nos enseñó a aceptar a pesar de las diferencias y respetar a todos.

Francisco incomodó a muchos y fue escuchado como pocos. Decía lo que sentía, a veces con frases simples, casi callejeras, pero con una claridad ética que hacía temblar estructuras.

Ahora el mundo mira hacia el Vaticano. Hay 133 cardenales electores; se necesitan al menos 89 votos. ¿Habrá sorpresas nuevamente? “Quien entra como candidato a Papa, sale cardenal”, dice el dicho. Pero esta elección importa.

Desde mi experiencia con Bergoglio —con quien tuve diferencias ideológicas como arzobispo— hasta su legado como Francisco —con el que comulgué en muchas de sus acciones—, vi en él a un hombre que se animó a humanizar lo sagrado, a desarmar el mármol para hablar con la carne. Su paso por la Iglesia fue una invitación a repensar el poder, la fe, la compasión y la justicia.

Ojalá el cónclave acierte como con mi compatriota. ¿Tendremos un Papa africano o asiático? ¿Un Papa de color, con todo lo que eso implicaría para el conspiracionismo? ¿Uno estadounidense que “enfrente” a Trump? ¿Otro mayor de 75? ¿Continuidad o giro conservador? Preguntas que se responderán pronto.

Por: Caly Monteverdi
Conferencista internacional

Comunicador argentino, asesor estratégico y creativo
X – Twitter: @Calytoxxx

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