Carta abierta al Presidente… y a mi país roto por dentro

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Señor Presidente de la República.

Compatriotas todos:

Escribo esta carta no desde una esquina política, sino desde la herida. Desde esa llaga que no se ve en los mapas ni en las estadísticas, pero que sangra cada día en las conversaciones familiares, en los debates en redes, en los silencios incómodos entre amigos. La herida de una nación desgarrada por la polarización.

En nombre de muchos, y tal vez también en nombre de usted, me permito hacer un llamado no de ideología, sino de humanidad.

Porque antes de ser de izquierda o de derecha, somos padres, hijos, vecinos, creyentes. Y mientras nos gritamos por lo que hizo el uno o dejó de hacer el otro, mientras buscamos culpables en el pasado para justificar nuestras fracturas del presente, se nos olvida que hay algo —alguien— por encima de todos: Dios, la vida, y el dolor que compartimos como nación.

¿Cuándo fue que dejamos de escucharnos?

¿En qué momento empezamos a tratar al que piensa distinto como enemigo y no como hermano?

¿En qué lugar del camino olvidamos que el poder, sin compasión ni verdad, sólo sirve para dividir y no para transformar?

No pretendo maquillar la historia. Este país tiene heridas abiertas, desigualdades vergonzosas y deudas sociales acumuladas. Pero no se puede construir justicia desde el odio, ni equidad desde la revancha. El país real —ese que no cabe en discursos incendiarios ni en trinos apresurados— necesita liderazgo que una, no que incendie. Necesita un Presidente que escuche más señale menos y un pueblo que sane que no se ataque nunca más.

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar el valor del silencio que reflexiona, de la palabra que reconcilia y del gesto que abraza. No hay una sola familia colombiana que no haya sentido, de una forma u otra, el peso de esta confrontación interminable. ¿Cuánto más debe doler para que entendamos que estamos destruyendo lo que juntos debemos salvar?

Le hablo también, Señor Presidente, como hombre de fe. Y desde allí le pido: gobierne con verdad, sí, pero también con compasión. No use el púlpito del poder para dividir. No convierta la justicia en arma ni la historia en castigo. Porque nadie puede decir que representa al pueblo, si ha dejado de amar al pueblo que no votó por él.

Y a mis compatriotas, les suplico: no permitamos que el odio nos quite lo que aún tenemos. Reconciliarnos no es olvidar. Es recordar con propósito. Es aprender del pasado sin quedarnos atrapados en él. Es aceptar que Colombia no es una sola verdad, sino una suma de verdades que merecen ser escuchadas con humildad.

Que esta carta no sea leída como una queja, sino como una oración. Como el suspiro de millones que seguimos creyendo que sí es posible un país sin vencedores ni vencidos. Un país donde podamos volver a mirarnos a los ojos sin miedo ni rabia.

Que Dios bendiga a Colombia.

Y que bendiga a quien, aún con el alma rota, sigue soñando con verla unida.

Con respeto profundo.

Por: Andrés Felipe Guerrero
Abogado
Especialista Derecho Constitucional y Administrativo

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