La actriz y comediante, Alejandra Azcárate, quien estuvo de paseo unos días por el Huila, se fue encantada con las riquezas naturales de la región.
Conoció el desierto de La Tatacoa, en el municipio de Villavieja, hospedándose en el reconocido hotel en medio del caluroso pero mágico desierto.
Esto fue lo que escribió en sus redes sociales:
«Colombia tiene unos sitios alucinantes y más cerca de lo que uno cree. Llegué a Neiva y de la mano de Igor, un amable conductor que me estaba esperando en el aeropuerto, empecé este recorrido. La carretera hacia Villavieja está rodeada por extensos cultivos de arroz, vegetación espesa, la cordillera central a la izquierda, al frente la oriental y un calor brutal.
Más o menos a media hora se encuentra Fortalecillas, un pequeño pueblo amurallado en el que los españoles enfrentaron violentas derrotas durante la colonia y en el cual nacieron las achiras. Desconozco el origen de ese pequeño bizcochuelo exquisito y salado pero si se lo dieron a los europeos en aquellos tiempos, con razón perdieron sus batallas porque nadie puede resistirse a la tentación de comerse mínimo dos paquetes.
Cuarenta minutos más adelante, el paisaje cambia radicalmente. Aparecen cactus gigantes sobre dos tipos de suelos, uno grisáceo claro y otro terracota intenso. Es el gran desierto de La Tatacoa, que para mi sorpresa no lo es, a pesar de que su apariencia en efecto es árida, se trata es de un bosque seco tropical. Al excavar es posible encontrar agua a menos de cuatro metros de profundidad lo cual quiere decir que no es tierra desértica; sin embargo, recibió ese nombre y así es conocido en el mundo entero.
Este tesoro de nuestro país recibe más de ciento cincuenta mil extranjeros al año y es una pena que muchos colombianos ni siquiera sepan en qué departamento queda. Ya va siendo hora de que le demos valor a lo nuestro porque Colombia es un verdadero paraíso en cuanto a biodiversidad se trata.
Finalmente llegué aquí, al hotel Bethel que significa «Casa de Dios» en hebreo. Por ahora sólo puedo decirles que al entrar me dejó con la boca abierta.
Luego continúa diciendo…
El Valle de los Deseos es un punto mágico del Huila. En pleno Desierto de La Tatacoa está este espacio que es reconocido por sus geoformas. Si uno pone a volar un poco la imaginación, es posible ver sobre este enorme suelo rocoso, imágenes identificables. Un zapato, una tortuga o un cocodrilo, por ejemplo. Aclaro, no me he fumado ninguna penca, es real. Pero la zona tiene un atractivo adicional, según dicen las malas lenguas, que casi siempre son las mejores, hace muchos años llegó aquí una mujer canadiense llamada Simone Clorfide, después de una tortuosa separación de su esposo.
Alguien le habló de este sitio, eso sí ni idea quién, pero el hecho es que aquí vino a parar para pasar su pena. Mientras lloraba, comenzó a armar sobre el suelo pequeñas torres de piedras. Ponía lentamente una sobre otra hasta que se sostuvieran sin tambalear y después iniciaba en una esquina distinta el mismo proceso. Según entiendo, ésto sucedió cerca de 1920 y desde aquel entonces los visitantes de este valle han seguido la costumbre pero con el fin de pedir deseos.
Un propósito sin duda más esperanzador que la rayadez producida por un despecho y que además inspiró el nombre del área. La gente se sienta sobre la tierra tibia y arma sus pilas de piedras añorando en silencio. Al caminar y ver los miles de arrumes que hay, es inevitable preguntarse qué tanto pedirán las personas. A través de un elemento tangible aquí es posible comprobar que la mayoría se gasta su vida queriendo tener más. No lo digo a manera de crítica si no de reflexión porque si algo respeto son las carencias ajenas. Sin embargo, muchas de ellas en el fondo no lo son, hacemos que lo sean. No quise seguir la cadena, agarré una piedra chiquita, me metí por un sendero casi desocupado, la puse al lado de un lindo cactus rosado que seguro está en proceso de crecimiento y entendí que lo único que deseo, es tiempo.
En otra publicación expresó lo siguiente…
El desierto de La Tatacoa en el Huila, es un cúmulo de cárcavas formadas en procesos de erosión durante más de tres mil años. De cerca tienen un aspecto craquelado y según me explica Miguel, el guía, es la manifestación visible del estrés de la tierra. Resulta que ella suelta varios gases, que al ser expulsados a altas temperaturas, hacen que su textura se cuartee.
El calor aquí abajo es salvaje pero la sensación que produce el poder ver todo esto de cerca, amerita la sudada. Son callejones extensos de poder natural, cuidados de forma impecable y kilómetros de belleza visual. Este punto mueve masas de turismo porque sin duda es impactante y ahora es considerado como lo que es, un verdadero tesoro ecológico mundial. Si piensan venir, les recomiendo que busquen a mi orientador, le dicen «Nana» y todo el pueblo lo conoce. Trabajó en la policía hasta que sus papás le suplicaron un día llorando que se retirara antes de que terminara muerto en algún combate sin sentido.
Es importante resaltar que este departamento ha sido uno de los más azotados por la guerrilla pero por fortuna ya está limpio de esa miserable plaga y hoy goza de una absoluta tranquilidad. El conoció hace unos años a un par de geólogos españoles y literalmente se les pegó. Les pidió que le compartieran su conocimiento a cambio de cargarles los morrales y hoy en día es un duro en el tema. Pregunten por él en el hotel Bethel, que ahí lo ubican, tengan en cuenta que los lugares no solo hay que verlos, sino entenderlos y vivirlos.
La actriz encantada con las bellezas de la región, nos resume todo lo que encontró…
El desierto de La Tatacoa es el hogar de cuatro tipos de cactus. 1- «Cabeza de negro» pequeño, robusto, ovalado y con un mini sombrero de púas. 2- «Cabeza de zorro» mediano, alargado y lleno de espinas de arriba a abajo. 3- «Arepos» ancho, aplanado y con espinas separadas. 4-«Candelabros» gigantesco, con muchos cuerpos y formas incluso abstractas.
Cuando uno baja a los sótanos de este bosque seco tropical, el paisaje cambia radicalmente en comparación a la zona opuesta en la cual la tierra es terracota. Aquí todo es de un tono grisáceo y verdoso, producto de la mezcla entre el calcio y el azufre. Este punto en el que me encuentro se llama «Las Torres», es muy conocido porque los expertos vienen aquí con frecuencia a extraer precisamente los cactus para hacer diversos productos.
Busqué al mejor, al profesional en el tema y descubrí cosas inimaginables derivadas de esta prodigiosa planta. Gomas dulces hechas de la parte externa donde se encuentra la pulpa. «Morenas» que son bolitas como de mazapán pero producidas con el contenido interno que es viscoso y saben muy parecido a las brevas. Crema facial hidratante y desmanchadora hecha con la baba del nopal, sábila, cebo de cordero y cera de abejas. Shampoo producido con las raíces y extracto de ortiga para evitar la caspa y la caída del pelo.
Ungüento para los dolores articulares y la rinitis, una mezcla de la corona con castaña india, pringamosa, caléndula, eucalipto y menta. Fibra de las areolas con clorofila para el estreñimiento severo, y vino de cactus sin alcohol para curar las migrañas.
Por supuesto voy con mi cargamento listo así que si a ustedes les interesa, con gusto les comparto el dato del personaje que es una autoridad total en el tema porque lleva cuarenta años investigando los poderes de esta planta del desierto. El hombre despacha a cualquier ciudad del país y sus productos oscilan entre 8000 y 20.000 pesos. José Rafael Márquez 3118831570.