¡No estés triste!

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Hay libros que llegan en el momento preciso, te levantan de la lona para darle a la vida dos puños de vuelta.

Que nada te derribe, que nada te robe la sonrisa para siempre. Alguien me decía que la vida suele sorprenderte en un momento en que echas de menos el azúcar en tu café, en que echas de menos en donde dejaste el celular, y en la que sientes que el tiempo no te alcanza para cumplir con una cita. Al final, perdemos el tiempo en nimiedades, porque vivimos sometidos a las manecillas de un reloj, al sonido de nuestro celular cuando llega un mensaje y al ritmo acelerado en que solemos vivir las cosas.

Pero ese transitar por la rutina, la vida de repente te jala el tapete con brusquedad y te vas de bruces contra el piso, ponerte de pie, muchas veces no es tan fácil. Una noticia inesperada como el despido en tu trabajo, una pareja que te abandona y tú más enamorado que nunca, o la perdida de un ser querido.  En este punto, la noticia de que tu mamá le hayan diagnosticado cáncer de seno y que probablemente ya no esté a tiempo para dar la batalla.

Eso precisamente me pasó, acompañé a mi madre al médico y recibir esa noticia fue devastador, tanto para ella como para mí. Sentíamos que ya no éramos las dos que salíamos del consultorio sino tres agarrados de la mano, mi madre, la muerte y yo. Ella luchó por un par de años, visitas constantes a quimioterapia,  radioterapia y controles matutinos, y yo acompañándola, al principio ella se apoyaba en mi brazo y luego, yo empujaba su silla de ruedas. Nuestras conversaciones giraban entorno a su recuperación, pero luego se diluían en un silencio que gritaba un adiós para siempre, una despedida sin retorno. Honestamente, nunca estás preparado para decir adiós.

Antes de partir y entrar en un estado de inconciencia, sus únicas palabras para mí y que hoy en día conservo como un tesoro, fueron las mismas que vine hallar en el libro de Isabel Allende, un libro que llegó a mi vida cuando sentía que no podía acostumbrarme a su ausencia, que me costaba continuar con mi vida y que su vacío era más grande a menudo que transcurrían los días. Terminé en una librería y por recomendación del joven, sin preguntarle yo nada, me señaló un libro que según él era muy bueno: Paula. Un libro autobiográfico, que habla acerca de la pérdida de su hija, un libro que me permitió reencontrarme con la esperanza y la fe ante la vida, al final, Paula le dice a su mamá: ¡No estés triste! Palabras idénticas que me dijo mi madre: ¡No estés triste!

Y ahora, puedo decir con seguridad y fortaleza, que no le temo a la muerte sino más bien le temo a no saber vivir, a no saber disfrutar de las pequeñas cosas, porque todos en este mundo al igual que los productos que consumimos, todos tenemos una fecha límite.

Venimos a este mundo a guerrearla, a dar lo mejor de sí mismo y venimos  apostarle a un sueño. Este paso por la vida, es sencillamente el bello aprendizaje, de aprender a buscar motivos para dibujar sonrisas y de paso, hallarla cuando las cosas no salen como se esperaban, a sentir que si un amigo necesita una mano, basta una excusa para tomar un café y darle ánimos. Que debemos disfrutar de nuestros seres queridos, que debemos dejar el celular a un lado y sentarte feliz con la persona que tienes al frente. Que no debemos enfocarnos en el “hubiera” sino enfocarnos en el “ahora”. Porque como dijo una amiga, si es la última vez que te voy a ver, con que recuerdo te dejaré, que palabras te dije cuando tuvimos nuestra última conversación.

“Hay que saber vivir con el propósito de aprender a otorgar sonrisas”, porque esa es la mejor despedida que podemos hacer. (¡Sé que a veces no es fácil, pero ese es el reto!).

Por: Magda Gutiérrez – magdamigu@gmail.com

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