Estamos en la mitad del 2025. Creas o no. ¿Viste que algunas frases virales que nos llegan por redes sociales nos sorprenden con verdades que sacuden? Uno siempre tiene ese contacto que es una ametralladora de citas. Repetidas hasta el cansancio, algunas pierden efecto. Otras no:
«AMÁ como si nunca te hubieran herido. BAILÁ como si nadie te estuviera viendo. CANTÁ como si nadie te oyera. TRABAJÁ como si no necesitaras el dinero. VIVÍ como si hoy fuera tu último día.» Me encanta. ¿Cliché? Sí. ¿Demasiado idealista? Tal vez. Pero también poderosa. Detrás de esa frase está la idea de vivir con intensidad, con entrega, con una actitud firme.
Dicen que «el aleteo de una mariposa en Asia puede provocar un tsunami en América». Poético, quizá exagerado, pero no imposible. Es el famoso «efecto mariposa», parte de la teoría del caos: en sistemas complejos, un pequeño cambio puede alterar radicalmente el resultado final. Y entonces uno se pregunta: ¿qué estamos provocando con nuestras acciones diarias? ¿Cuántas tormentas o amaneceres encendimos sin saberlo?
En Neiva, en Buenos Aires, o en cualquier rincón del mundo, caminamos creyendo que nuestras decisiones terminan donde las tomamos. Todo sigue. Todo se propaga. Si ayudás a alguien a cruzar la calle, si respondés con paciencia sin rabia, si escuchás a alguien que lo necesita, eso no para ahí. Quizá esa persona evita renunciar, responde mejor a su entorno, o simplemente siente que todavía hay bondad y se motiva. Y eso, creeme, es mucho. “Nada desaparece, solo se transforma”, dicen los físicos.
También está el efecto dominó: una ficha cae y tira otra, y otra. Una cadena. Una mala palabra que desencadena una discusión, que termina en un despido, que genera una pelea en casa. O al revés: una oportunidad que abre otra, que da confianza, que transforma una vida. No hace falta ser presidente, político, influencer ni millonario para generar impacto. Hace falta ser consciente. Y humano.
El karma, mal entendido tantas veces como castigo, es simplemente eso: el reflejo de lo que sembramos. A veces vuelve en formas insospechadas. Un favor que regresa como una oportunidad. Una mano tendida que termina siendo la que te sostiene cuando más lo necesitás. Así vamos, enredados en una red invisible que puede ser agradable o tormentosa.
No somos islas: somos causa y consecuencia unos de otros. En mi hogar Colombia, en mi querida Argentina, en cualquier lugar donde estés, compartimos una historia colectiva hecha de pequeñas decisiones individuales. El lugar en el que vivimos no lo hizo solo un gobierno: lo hicimos también con cada elección cotidiana. Cómo manejamos. Cómo tratamos al otro. Cómo cuidamos lo común. Todo influye. Y te influye.
Según el Barómetro de las Américas, más del 60% de los latinoamericanos estaría dispuesto a ayudar a un desconocido. Hay una energía dormida, lista para activarse. Aunque muchos crean que nadie piensa en los demás, no es tan así. Hay esperanza.
En una esquina cualquiera puede nacer un cambio inmenso. Y en una mínima indiferencia, una cadena de daños. No se trata de andar con culpa ni paranoia. Se trata de elegir desde la conciencia. De saber que el bien contagia más. Que una actitud amable puede encender otras. Que ser buena gente no es ingenuo: es construir futuro.
Nadie puede ver el alcance real de lo que hace, pero eso no lo vuelve menos real. Hay cosas que no se ven, pero se sienten. Como el afecto. Como la verdadera Paz. Como las consecuencias de cada acción. Así que cuando tengas la opción (que la tenemos todos, todos los días) elegí sumar. Elegí tender la mano. Elegí mirar con compasión. Capaz no cambies el mundo entero. Pero sí el de alguien.
Tengamos una mente abierta, capaz de integrar distintas formas de pensar, de sentir, de conectar. Así tu impacto se multiplica. Porque el mundo está lleno de efectos en cadena, pero pocos tan potentes como los que se desatan cuando alguien, sin esperar nada, decide hacer lo correcto. Y vos no sabés hasta dónde llega lo que hacés.
Dicen por ahí que «3 cosas no se devuelven en la vida: la palabra dicha, la flecha lanzada y la oportunidad perdida». Pensalo. No sabés las incomodidades que te podés evitar y las satisfacciones que podés regalar. Porque todo importa. Porque vos importás.
—
Por: Caly Monteverdi
Conferencista internacional
Comunicador argentino, asesor estratégico y creativo
X – Twitter: @Calytoxxx