Hoy que estamos tan saturados de información y donde es tan fácil engañar con esta misma abundancia, vale la pena rescatar a esos buenos comunicadores y periodistas que se preocupan por dignificar su oficio con su proceder, aquellos que usan su voz, sus escritos, su medios para comunicar sin sesgos, sin la búsqueda de dividendos, sin el uso de la presión calculadora y sistemática que persigue a dirigentes hasta obtener por su modus operandi compensaciones económicas a través de contratos de publicidad o incluso hasta de nombramientos.
La responsabilidad social que tienen los profesionales de la comunicación implica un buen comportamiento con sus expresiones y por pequeño que sea su canal de comunicación siempre hay una audiencia recibiendo información.
Convertir una falsedad en algo real y difundirlo se ha vuelto tan fácil pero a su vez tan dañino y es aquí, para poner un ejemplo, donde la comunicación a través de las redes sociales puntean en la mejor relación de costo/beneficio (mejor costo/maleficio) cuando se trata de dañar personas o hechos.
Tergiversar masivamente es más fácil que dar me gusta en Facebook. Pero por suerte en los últimos días he comprobado que en nuestra ciudad Neiva todavía hay comunicadores ecuánimes que le siguen apostando a no caer en el uso de los medios para extorsionar con información a quien puedan arrinconar o desprestigiar para cobrar su falso silencio.
Gratitud reconfortante por los valores de solidaridad, de transparencia y de agrado que con su proceder en el ejercicio de su comunicación transmiten a la sociedad sus puntos de vista algunos profesionales; aquellos que valoran la amistad por encima de los intereses y que se manifiestan de frente cuando un colega cae en las redes de los malintencionados que sistemática y descaradamente buscan beneficios sin importarles afectar la dignidad de personas o incluso familias.
Algunos llegan lejos pero nunca serán respetados ni merecedores de reconocimientos, ni mucho menos gozarán de admiración sincera de quienes los rodean en sus campos de acción.
Los periodistas o comunicadores deben valorar su lengua, su instrumento, tal como lo hacen los buenos médicos con sus manos, como lo hacen los buenos músicos con su oído. La palabra bien usada cuantas cosas buenas trae, pero cuánto daño puede hacer faltar a la verdad.
Se puede escribir o decir mucho, se puede rescatar a alguien o hundirlo, se puede comprar o vender fuentes, se puede constreñir a ultranza con información, pero lo que nunca podrá un comunicador es resarcir las consecuencias de sus actuaciones de mala fe.
Esos que generan odios, desavenencias y mentiras recibirán tarde o temprano algo de su propia medicina.
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Por: Carlos Cabrera Collazos – ccabreracollazos@gmail.com