A Colombia la aquejan muchos males. Muchos de ellos son de orden estructural y otros de orden cultural, o en términos más precisos, de cultura política.
Se ha vuelto habitual que funcionarios públicos de alto nivel así como de cargos medios y bajos utilicen los cargos públicos como trampolines para aspirar a mejores puestos de trabajo.
Los ministros son expertos en esta práctica (Juan Manuel Santos es prueba de ello), aunque también lo son alcaldes (como Gustavo Petro y Cielo González Villa) y gobernadores (como Álvaro Uribe Vélez). Y justamente para esta época pre-electoral es cuando más visible se hacen los trampolines.
Desde luego, esto no constituye ningún acto ilegal. Una buena gestión en una alcaldía es la mejor carta de presentación para la Cámara de Representantes o para la gobernación, por citar un ejemplo. Sin embargo, en Colombia las gestiones no son necesariamente buenas y aun así estos políticos utilizan su actual cargo como trampolín a otro de mayor relevancia.
El problema radica en usar un cargo político para pensar en la siguiente elección. ¿Por qué? Porque así se descuida la administración de la ciudad y/o el departamento por dedicarse a pensar en el futuro cargo político, en cómo obtener votos y en últimas en qué alianzas políticas se traducirá en una victoria electoral.
Lo más llamativo de esto tan arraigado en nuestra cultura política es que a pocos parece interesarle estas fallas de la política. No visualizan las consecuencias nefastas para la democracia.
En definitiva, terminan los mismos de siempre ejerciendo cargos de elección popular, pues están con suficiente antelación en campaña política y así aventajan a sus adversarios.
Por ello, la responsabilidad de la ciudadanía es de vital importancia ya que es finalmente ella quien puede establecer cuáles políticos están haciendo efectivamente su trabajo y cuáles lo están usando como trampolín.
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Por: Juan Corredor García – juan.corredor@urosario.edu.co
Twitter: @thuandavid10