Ya perdí la cuenta de las veces en que me han dicho que hombres y mujeres somos iguales, porque nosotras estamos ocupando cargos públicos y directivos, pues déjenme decirles una vez más: esto no es suficiente, las mujeres que buscamos y tenemos acceso a escenarios de poder no nos conformamos con estar ahí.
¿Se acuerdan de Miranda Priestly, la jefa perversa de la película El Diablo Viste a la Moda? gruñona, mandona, ajena a su vida familiar, demandante, toda una workaholic (léase, adicta al trabajo) resultado final: ¡nadie la quería!. ¿Por qué?, porque el poder nos pasa cuenta de cobro a las mujeres, una bien larga, sin descuentos y hasta con IVA.
Puede sonarle a carreta, pero las mujeres sabemos que es verdad, las dificultades para llegar a cargos públicos, directivos y de mando, no son los únicos desafíos a los que nos enfrentamos.
Tomando en cuenta que la cuota masculina en juntas directivas, gabinetes, concejos municipales, parlamentos, negociadores de Acuerdos de Paz, direcciones de partido, etcétera, etcétera, (introduzca usted lo que se le ocurra) es mayoritaria; las mujeres que osamos meter allí las narices parecemos malabaristas de alto rendimiento.
Como dicen muchas: tenemos que demostrar más capacidades, inteligencia, talento y preparación que los hombres que ocupan los mismos cargos, ser mujer no puede ser una desventaja.
Como si fuera poco, el reto de asumir un cargo de éstos no nos exime de cumplir las expectativas sobre la feminidad ¿o es qué no han visto titulares de prensa con frases como “Bonita y Poderosa”, “Atractiva e Intelectual”? o sea, chévere que estemos nadando contra corriente y vayamos por más y por todo, ¡pero eso sí!, que no nos falte el taconcito, el labial, el pelito cepillado y el blower… ¡ah!, y si puede, haga alarde y no se queje de lo fácil que concilia la vida laboral con la familiar, no sea como Miranda Priestly, hágase querer.
Disimule que el poder como el mercado laboral no significa esfuerzos mayores para las mujeres. No nos digamos mentiras, si detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, detrás de toda gran mujer, está ella misma tratando de lidiar con todo.
No me diga bruja, pero sé lo que está pensando: ¿entonces quiere que las mujeres dejen de usar tacones y maquillaje o de tener hijos para volverse empresarias o alcaldesas? ¡No!
Quiero que se nos exija lo mismo, no más, no menos, y quiero que el poder y los espacios de liderazgo piensen en las necesidades de quienes vamos tras ellos. Y por favor, que en el camino tengamos que dejar de lidiar con piropos y cariñitos como: “mi amor” o “mi reina”, si el jefe es doctor, la jefa no se llama “princesa”, diferencie una oficina de un trono y un lapicero de un cetro, aprenda a decir: doc-to-ra. ¿Pido demasiado?… ¡No creo!
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Por: Claudia Álvarez – claudialbaricoque@gmail.com
Neivana, socióloga de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en Estudios Feministas y de Género de la misma universidad. Actualmente, cursa una maestría en Conflicto, Territorio y Cultura de la Universidad Surcolombiana, tiene experiencia trabajando en el sector público y privado en prevención de violencias contra las mujeres y enfoque de género. Como defensora de la libertad, autonomía y los derechos de las mujeres, escribe para acercar el feminismo a la vida cotidiana y perderle el miedo.