Sobre los olvidados en la cárcel

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david-andres-cangrejo-torresComo persona con nivel de formación de maestría y docente universitario desde hace ya siete años, sé que toda aseveración requiere de un sustento.

Y en este caso serán necesarios muchos estudios de investigación que nos sirvan de línea base y otros que posteriormente nos permitan la elaboración, implementación y evaluación de políticas, estrategias y programas como de su impacto.

Sin embargo, mientras hacemos ello, voy a atreverme a escribir desde la experiencia vivida, desde lo que fui parte y/o testigo, al menos como insumo de la también válida investigación cualitativa y que, en el peor de los casos, podrá ser señalado por grandes eruditos como juicios de valor, sesgo, visión parcializada y subjetiva. Pero bienvenido sea. Es lo que menos sucede cuando se trata de poner en la verdad a alguien o algo.

Entrando en materia, alguna vez en algún lado leí y otras tantas escuché que la razón de ser, lo que busca, el propósito, la misión, el objetivo central, de la existencia de las cárceles es el de lograr la resocialización del individuo (indiciado, condenado, interno, recluso, preso). Sin embargo, debo desde ya mencionar que, y gritar si pudiera, con toda la fuerza de mi alma y con todas las facultades de mi raciocinio, EN NUESTRO PAÍS ESTO NO SE CUMPLE.

Y digo país pues aunque no estuve sino en la cárcel de Rivera es una de las “mejores”, dicho por excompañeros que si han estado en muchas de ellas. Pero, ¿cómo puede ser esto cierto? O como diría mi querido profesor, ¿pero de qué estás hablando? De hecho ni yo lo creería, de no haber estado en una cárcel.

Siempre compartí y defendí que las cárceles en nuestro país si cumplían con su propósito y lo hacía basado en los cubrimientos periodísticos que me hacían “testigo” del cómo varias personas (aunque realmente digámoslo como yo lo decía y ustedes quieren leerlo pues de seguro así lo cree la inmensa mayoría, varios “delincuentes”, “bandidos”, “pícaros” y demás calificativos que juzgan al otro y alimentan nuestro ego) lograban encontrar una segunda oportunidad en sus vidas, pues al recibir la “lección” dada por todo el aparato judicial y la “aplicación” de la fuerza de la ley, “corregían” su error, “enderezaban” su camino y salían a “aportarle” a la sociedad.

Y veía, escuchaba y leía cómo gracias a lo vivido en la cárcel por estas personas, ellas tuvieron la oportunidad de reflexionar, de estudiar y de vivir tantas cosas positivas (salud, bienestar y apoyo psicológico e integral) que transformaron su vida e incluso disminuir su condena con tantos beneficios y disfrutes recibidos. Nada más falso y alejado de la realidad que se vive al interior de las cárceles y de la tragedia personal y familiar de cada persona allí recluida.

Y las cárceles no pueden estar cumpliendo con su objetivo cuando todas las personas recluidas pareciera que no solo perdieran su derecho a la libertad y los derechos civiles y políticos (que es lo mandado por nuestra Constitución y nuestras Leyes) sino que también pareciera que perdieran incluso su dignidad como seres humanos, sus derechos humanos y por tanto incluso su vida misma.

Por ello, aunque legalmente en Colombia no tenemos aprobada aún la pena de muerte, muchos de ellos y sus familias la preferirían a tener que soportar tantas circunstancias, experiencias y vivencias de las que son objeto en una cárcel.

Empezando por el olvido de una sociedad que le margina y juzga eternamente. Tan es así que aunque existen Personerías, Defensorías del Pueblo y otras entidades encargadas por velar por esta población, brillan por su ineficaz acción.

Tan es así que muchos nos avergonzamos de familiares y conocidos que están allí. Tan es así que muchos nunca hemos visitado a alguien en la cárcel ni siquiera por tener allí a alguien familiar, amigo o conocido; o al menos, porque nos corresponde a quienes somos católicos pues es una obra de misericordia.

Tan es así que cuántos empleadores pudieran hoy alzar la mano y decir que han permitido laborar en sus empresas a personas con antecedentes judiciales así ya hubiese pagado la pena y superado su inhabilidad; de seguro muy pocos, por el contrario muchos de los que no somos empleadores incluso hemos vociferado y alzado nuestra voz de protesta por el insólito, absurdo, descabellado e “injusto” que ello nos parece.

Quiero finalizar diciendo que no es que considere que no deban existir las cárceles en Colombia. Desde luego que sí. Pero como están concebidas en nuestra Constitución y leyes, en los Tratados Internacionales, en el respeto al Bloque de Constitucionalidad. Y aplicando experiencias exitosas existentes en otras cárceles del mundo. Donde siempre se tiene presente que ante todo allí van a resocializarse personas, seres humanos que también tienen unos derechos y que también tienen unos dolientes, empezando por Dios y el Estado, pues ellos también son hijos de Dios y colombianos.

Nota 1: Finaliza el año de la misericordia en la Iglesia Católica. Pero no la Misericordia Infinita de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, que bueno que aprovechemos estos últimos días de mayor reflexión y ojalá pudiéramos acercarnos un poco más a lo que Dios quiere para cada uno de nosotros. Él tiene un propósito para nuestras vidas. ¿Nuestra vida tendrá un propósito en Él? Recordemos que nadie como Dios. ¿Y después de Dios?

Nota 2: No es que me haya vuelto cristiano. Claro que no. Pido la gracia de ser cada vez más católico ferviente y dejar de ser tan tibio eso sí, de tal manera que me permita ser cada vez mejor persona y más santo. Y en cuanto a autoridad para seguir escribiendo, opinando, compartiendo y reflexionando de la manera en que lo hago, todo en manos de Dios. Toda la gloria es para Él, sólo Él tiene autoridad para juzgarnos. Porque ¿para dónde vamos? Quien no lo crea así, bien podría darse una vueltica por los cementerios, hospitales y cárceles, o de ver la vida de sus “ídolos” para que vea dónde queda tanto “poder”, “autoridad”, “riqueza”, “prestigio”, “sabiduría” que no es más que necedad, prepotencia y soberbia.

Nota 3: Bienvenido a la libertad Andrés Felipe Arias. Que aproveche esta nueva oportunidad que Dios y la justicia le ha dado. No he sido ni soy uribista ni del Centro Democrático. Pero, como también estuve en la cárcel, sé que no se le desea a nadie estar allí y que aunque algunos deban ir, al salir también merecen volver a vivir.

Por: David Andrés Cangrejo Torres – dactmed@gmail.com
Twitter: @DCANGREJO

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