En los últimos 15 años, los trabajadores colombianos, han sufrido atropellos que tienen tinte de barbarie. Reformas laborales aprobadas por el congreso de la república, impulsadas por el gobierno de Uribe y continuadas por el actual, cuyo objetivo es favorecer los intereses económicos de las transnacionales y sus monopolios.
Todas estas leyes han sido perversas, para la economía de los asalariados. Una de estas dio origen a las tristemente célebres “cooperativas de trabajo asociado”, que sirvieron para que las élites empresariales le arrebataran al trabajador sus prestaciones sociales, acabando con la estabilidad laboral, quitándoles los recargos en horas extras nocturnas y festivas, contribuyendo al aumento de la pobreza y la miseria en Colombia.
En esta concepción de la derecha colombiana, el trabajo se mira como una mercancía cuyo precio no puede subir porque ello disminuye la demanda de trabajadores, es decir que el aumento del salario genera desempleo y menor crecimiento. ¿Qué tal este modelo de confianza inversionista? Que descaradamente sus autores le llamaron: “inclusión social”.
En el gobierno de Santos la situación del trabajador colombiano sigue lo mismo. Los trabajadores estatales agremiados, forzosamente les toca recurrir al cese de actividades para presionar al gobierno a que cumpla con lo pactado en convenciones de trabajo y algunas concesiones en aumento salarial y primas especiales, para reforzar los irrisorios salarios, como en el caso específico de los maestros que acaban de dar por finalizada la huelga que duró 37 días, por la arrogancia e incumplimiento del propio gobierno nacional.
Sí bien es cierto los maestros y empleados agremiados cuentan con la huelga como herramienta de presión, la situación de aquellos empleados que no están agremiados, no tienen la más mínima posibilidad de reclamación empezando por los profesores que prestan sus servicios en colegios e instituciones privadas, que reciben salarios irrisorios, que difícilmente superan el mínimo mensual. Esta práctica de explotación intelectual a quienes con gran esfuerzo se han formado en universidades, lo único que termina produciendo, es una educación de pésima calidad.
Son muchos los empleados y trabajadores colombianos que prestan sus servicios a empresas, en especial en el sector privado, que reciben sueldos irrisorios que no les permite vivir una vida digna con oportunidad de proyección futurista, en lo académico y en lo económico.
Colombia está muy lejos de convertirse en la Nación bien educada, pues la propia infraestructura educativa y maestros, son para el propio estado, la “cenicienta”.
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Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com