Las habilidades de liderazgo son altamente codiciadas, y raras de encontrar. Sin embargo, cada individuo tiene potencial para convertirse en un líder. Pero ¿qué entendemos por liderazgo y cómo podemos reconocer a un líder?
Para un buen entendedor, pocas palabras. El líder debe servir de modelo, su conducta debe estar ligada a lo que dice y, lo que pide debe cumplir con el siguiente principio: solamente puede pedir lo que él mismo ha sido capaz de hacer y de dar. Un líder se caracteriza por ser autentico, sus acciones las enfoca con el propósito único de liderar programas que impacten el ámbito colectivo.
En el ejercicio de la política el líder más que exhibir exuberantes hojas de vida cargadas de diplomas, especializaciones y cargos por doquier, incluso es más, ni siquiera necesita de eso. “La condición de líder se gana es por reconocimiento, respeto, coherencia y verticalidad en las posturas ideológicas. La legitimidad para llegar a los cargos que concede la democracia por voto popular es producto de esos factores y de otros que, ejercidos con decencia y nobleza son más importantes, como la lealtad a principios y valores”.
Para desgracia de este pueblo colombiano la mayoría de los elegidos por voto popular distan mucho de ser líderes comprometidos con causas sociales. Su único objetivo es el enriquecimiento personal y familiar. Solamente basta con echarle un vistazo a gran parte de la bancada parlamentaria huilense que hoy son los más adinerados, que no dudaron en aprobar la reforma tributaria que hoy estamos pagando los más pobres. Pero algo aún peor ocurre con la otra parte de la bancada parlamentaria que se dedica a promover el odio, cuando lo que nuestra sociedad reclama, es fórmulas para la convivencia pacífica.
Como estamos hablando de liderazgo vale la pena llamar la atención a quienes han sido exaltados a liderar el barrio, la comuna, la vereda, el corregimiento, el gremio o la junta de acción comunal que en ellos recae la responsabilidad de orientar a sus conciudadanos para que no caigan en la red de los farsantes que al aproximarse cada contienda electoral, salen de sus guaridas a repartir a diestra y siniestra: besos, platos de lechona, tamales y monedas, que no son más que míseras sobras, que tienen sabor a trampa, mentira y corrupción.
La tiranía del villano se hace grande, sí sus esclavos creen que son muy pequeños.
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Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com