Día a día las noticias siguen dando cuenta de desbordes en la celebración de triunfos o al asumir la derrota, territorios invisibles en los barrios de la ciudad, abuso de drogas y de alcohol, suicidios, matoneo escolar, embarazos en adolescentes no deseados, conductores borrachos, peatones irresponsables.
Seguimos registrando feminicidios y múltiples formas de violencia contra las mujeres, una niña quemada con ácido (primer caso en Neiva). Pero la cosa es que en todo esto, hay un común denominador: LOS PROTAGONISTAS son, mayoritariamente, HOMBRES.
Estos hechos tienen que decirle algo a la administración municipal. Algo está pasando con los procesos de criar y formar hombres que están dando este tipo de resultados. No en vano el 95% de quienes están en las cárceles sean hombres.
Mirando estos resultados notamos que hay un modelo de masculinidad que está deshumanizando a los hombres y a las relaciones que establecen con las mujeres, con los demás hombres y el entorno social y natural.
Bajo este modelo, los hombres crecen creyendo que: un hombre no debe llorar ni ser sensible, debe tener el mando, no puede ser expresivo con los sentimientos ni las emociones (excepto la rabia, la ira); debe saber que “el último que llegue es una niña” (las mujeres son lo último), que “un hombre no puede aguantarse” (sexualmente), y que por eso, “en caso de guerra cualquier hueco es trinchera”.
Este tipo de masculinidad instala a los hombres en una plataforma de hombría tolerante con las violencias y la inequidad. Por esto es un imperativo ético y político que se adelanten acciones de transformación de la cultura masculina patriarcal, desde otros modelos de hombría.
Las mujeres han venido luchando contra este orden de género. Pero se ha llegado a un punto ciego: las violencias no paran. Y no van a parar mientras no se involucre a los hombres en procesos de redefinición de sus pautas de masculinidad. Estos procesos son personales y sociales.
En el primer caso muchos hombres venimos trabajando por unas masculinidades más humanizantes. En el segundo es responsabilidad del Estado desarrollar programas con el objetivo explícito de desmontar los paradigmas culturales patriarcales de masculinidad, y de promover otros que estén orientados a la equidad, a una ética del cuidado y a una cultura de paz.
¡Se hace imperativo que las políticas públicas promuevan modelos no patriarcales de masculinidad! Hay que desarmar esas masculinidades que han alimentado la guerra y la violencia social. Desmontar viejos paradigmas para abrir el camino a masculinidades alternativas en las que una ética del cuidado haga parte de la hombría, igual que prácticas de equidad con las mujeres, de paternidades amorosas, de convivencia con todas las diversidades humanas, de una cultura de y para la paz. Para una neiva mejor, ¡hombres ejerciendo nuevas masculinidades!
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Por: Raúl Andrés Herrera Suaza – raulherrera8312@hotmail.com