Seguramente los que llegan a esta séptima entrega sin haber leído las otras seis se sentirán perdidos de la línea general de los escritos y es obvio porque el título es el mismo y el subtítulo también lo es, pero no deben apreciarlo de esta manera porque, aunque el sentido es el mismo, la temática de cada columna es distinta, como lo es esta que presento el día de hoy.
Deseo hablar en esta oportunidad de la “Conciencia Ambiental”, no sin antes recordarles qué es conciencia. La conciencia está definida como el conocimiento que una persona tiene de sí mismo, de sus actos y de aquellas reflexiones que lleva a cabo; además, el término conciencia se refiere a la capacidad que tienen los seres humanos de verse, reconocerse y juzgarse.
Según Luis Pinto, la conciencia ambiental es determinada como el conjunto de vivencias, experiencias y conocimientos que un ser humano utiliza activamente en su relación con el ambiente. Está condicionada por la cantidad y calidad de la información con la que se cuenta, las creencias, el valor que otorgamos al ambiente y la obligación que se siente por el cuidado de su equilibrio.
En un artículo publicado en La Estrella de Panamá, expresa el autor, que “la conciencia ambiental será lo que permita el inicio de un proceso para preservar, desarrollar y en su caso regenerar los elementos que integran el ambiente; solo el conocimiento amplio y bastante cultivado a través del proceso educativo, provocará su despertar. Entre las tareas pendientes para concretar este objetivo, se encuentra una profunda e insistente estrategia para comunicar a los integrantes de la comunidad la importancia de contar con un ambiente sano”.
La preocupación por el bienestar general, la sostenibilidad ambiental que consiste en conservar y proteger el medio ambiente de forma indefinida, y el respeto por la biodiversidad que es en términos generales la variedad de formas de vida en el planeta, incluyendo los ecosistemas terrestres, marinos y los complejos ecológicos de los que forman parte, más allá de la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y los ecosistemas; no es tema de interés únicamente de aquellos que han levantado las banderas y se conocen como ambientalistas o líderes ambientales; debe ser una causa que nos una a todos los habitantes de este planeta.
Es cierto y claro que muchos han hecho política a costillas de esta causa y se han hecho elegir en cargos públicos hondeando banderas de responsabilidad ambiental y ecológica, y han conquistado el corazón noble, inocente y sin malicia de los ambientalistas, y éstos se han dejado engatusar, pero luego se han sentido defraudados, decepcionados y asaltados en su buena fe, porque cuando el objetivo político se ha alcanzado, las promesas de trabajar con compromiso por la preservación del medio ambiente no se han cumplido.
Ser ambientalista debe ser una cuestión de cultura generalizada para todos, debe ser una filosofía del comportamiento humano, debe ser un principio de vida y debe ser adoptado como dogma, porque si algo debemos tener claro es que si no cuidamos este paraíso que Dios nos ha entregado, nuestros hijos no tendrán en dónde vivir.
La “Revolución de la Conciencia”, ese movimiento que he comenzado a liderar a partir de estas columnas, debe tomar como bandera la protección del medio ambiente, por ello hago un llamado a todos los habitantes de Neiva, del Huila, de Colombia y de todo el planeta, para que entre todos entremos en razón y CAMBIEMOS ESTA VAINA.
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Por: Hugo Fernando Cabrera – hfco72@gmail.com
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