En el país del cartel

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Diariamente los medios de comunicación hacen grandes denuncias sobre el hallazgo de otro cartel que especula, que roba, que estafa. Que una sola empresa tiene el monopolio de determinado producto, que nadie más tiene derecho a competirle, pues es uno y no más el que reúne los requisitos de comercialización, producción o prestación de un servicio, para luego imponer precios especulativos en los mercados locales.

Es el tipo de modelo económico por el que cada cuatro años votan y reeligen mayoritariamente hombres y mujeres, para que luego los elegidos se abracen con los carteles y monopolios que hoy tienen asfixiado económicamente al estrato tres, dos y uno.  Y en especial al sector rural.

Las instituciones oficiales en especial las de la salud en su mayoría se han convertido en mafias de familia y de aportantes de campaña. El buen servicio para los usuarios importa un bledo. La ética, la moral el humanismo es simple teoría. Los órganos de control no actúan porque en diversos casos son impuestos por los mismos contratistas; mejor dicho por el cartel.

No es el cambio climático lo que amenaza a este país, es el abandono estatal, la corrupción que no ha permitido que lleguen los recursos. La falta de inversión social es lo que genera el hambre y la creciente mortalidad infantil. Las cifras oficiales señalan que, entre 2008 y 2013 murieron 4.112 niños en el departamento de la Guajira por desnutrición y enfermedades de la infancia. Y no pasa nada. La dirección del Bienestar Familiar y su cartel de contratistas continúan allí, como sí no ocurriera nada.

Pero no es solamente en la Guajira donde desde hace años se vive este drama social, aquí en el Huila en diferentes municipios pero en especial en Neiva diariamente se me acercan padres y madres de familia llorando porque sus hijos han pasado días enteros con simple agua de panela. El desempleo y carencia de oportunidades ha convertido a nuestra ciudad capital en una de las ciudades más inseguras de Colombia.

Cuando el hombre que gobierna no ha convivido en medio de la grave tragedia de la pobreza, no puede ser más que un insensible que no escucha, que no ve y que no siente. Puede ser un egocéntrico que se alimenta del aplauso y del elogio del voraz cartel de los lagartos; mientras su pueblo se derrumba en la miseria.

Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com

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