El poder de la palabra

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Recientemente el senador Robledo llamaba la atención sobre la importancia del lenguaje en los debates del congreso y recordaba como la pugnacidad entre liberales y conservadores, que termino convertida en violencia con una estela de miles de muertos, logro contenerse gracias al esfuerzo de sus dirigentes por bajarle el tono a sus diferencias y acordar la repartición del gobierno.

Coincide su comentario con la lectura de un interesante texto del controvertido Licenciado en Ciencias de la Información Pepe Rodríguez, “Dios nació mujer”; allí el periodista argumenta el papel que el lenguaje desempeño en el proceso evolutivo de los homínidos, al facilitar la comunicación entre grupos, que permitió estructuras sociales complejas que impulsaron una organización cerebral superior. Detalla como las diferentes culturas crean su mundo y sus dioses a partir de los vocablos propios de cada lengua.

La palabra no solo representa pensamiento, a través de su capacidad simbólica almacena energía afectiva, de tal manera que asocia a los individuos a estados de: deseo, esperanza, duda, angustia, temor, alegría y odio.

Por supuesto que el uso de lenguaje moderado no elimina las contradicciones de clase, la divergencia de intereses, pero si contribuye al uso de métodos democráticos para resolverlos.

Quienes desde el uribismo o el antiuribismo se empeñan en apelar a un léxico hostil, entorpecen soluciones civilizadas al debate y estimulan el uso de la violencia de todo tipo entre sus adeptos, generando una espiral de furia de nunca acabar y sobre la que es imposible construir una patria prospera y de esperanza.

Polarizar es un ardid que emplean quienes tienen como único propósito sacar provecho de la división, “divide y reinaras” reza el adagio popular; por el contrario, quienes hacen esfuerzos por el consenso buscan su bienestar, en la comprensión de que el confort individual solo lo facilita una sociedad equitativa, en la que las diferencias no sean exorbitantes, odiosas y excluyentes.

La violencia atiza los extremos, los que a la larga terminan por liquidarse, de tal forma que solo permanecen vigentes quienes logran sustraerse a ellos.

La palabra hoy tiene medios a través de los cuales amplifica su poder: el celular, la internet y las redes sociales, prácticamente no queda rincón, ni persona a la que no pueda llegar; de tal suerte que, así como puede inducir al escepticismo, también permite promover el optimismo.

Elegir contra la corrupción el próximo 27 de octubre, sería apropiarnos del lenguaje adecuado.

Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com

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