El embrujo del poder

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Miguel Rodriguez HortuaEn Colombia ganarse un cargo a través de elección popular, es toda una odisea, pero sostenerse en él, es una verdadera hazaña.

Hace siete meses cuando aún celebraban con bombos y platillos su victoria electoral, cuando aún los alcaldes y concejales electos todavía saludaban y se abrazaban con la gente; publique una crónica política en la cual realicé el mayor esfuerzo para persuadir a los electos servidores públicos, en especial a los alcaldes, sobre el gran reto y riesgo que implica la gestión municipal y, especialmente lo delicado que es el manejo de los recursos públicos municipales.

La idea era que aquellos que poco o nada conocían sobre el complejo ejercicio de administrar lo público, donde el centro de la codicia es el dinero de los contratos; se rodearan de un buen equipo de gobierno y de asesores, que les permitiera blindarse frente a los encantos de las mafias de la politiquería, que son los que terminan dejándolos inmersos en procesos jurídicos, destituidos y hasta en la cárcel.

La elección popular de alcaldes y gobernadores sirvió en su momento para quitarle, el manejo local a los “caciques” de turno. Sin embargo, en muchos casos pareciera que el remedio fue peor que el mal, pues cuando no es la ineptitud y la arrogancia, es la corrupción que acaba con la esperanza de un pueblo.

En cada evento electoral las gentes acuden a las urnas con la ilusión puesta en su candidato, que consigue mediante el discurso e imágenes encantadoras, penetrar en el inconsciente ciudadano, impulsándolos a creer y actuar como si estuviesen hipnotizados o idiotizados. La elección del alcalde en cada municipio es todo un acontecimiento. El problema es, que no todas las veces las comunidades eligen al mejor. En algunos casos terminan eligiendo al peor.

A menos de seis meses de iniciado el periodo de elección popular local, hay mandatarios y jefes de despacho, que no caminan, levitan. Se creen: “doctor con posgrado en todas las ingenierías, psicólogo, abogado, economista, administrador de empresas, mecánico, humorista, ginecólogo, brujo y hasta astrologo”. Mejor dicho; no escucha a nadie, pues está convencido que es “Dios”, que se las sabe todas.

Sí es que los hay así, pues deben hacerse examinar los oídos, sacudir la cabeza y pensar, que no son los altísimos, que las instituciones oficiales son dela gente. Que no son fincas heredadas.

Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com

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