“Gigante, villa de mi amor”
Cuando voy a hablar de mi bello municipio de Gigante la piel se me eriza y vienen a mi mente los más hermosos recuerdos de infancia y juventud, desde cuando pedaleaba en mi pequeño triciclo rojo las polvorientas calles del alegre e inolvidable centro poblado Potrerillos, lugar en donde más adelante, en mi juventud, disfrutara de coloridas y alegres celebraciones Sampedrinas.
Viajo en el tiempo y me parece sentir el frío del aire completamente puro que venía acompañado del exquisito aroma de pino y eucalipto, que generosamente compartían sin mezquindad alguna, frondosas arboledas, que obligaban a inhalar las dulces y cítricas fragancias que inundaban el ambiente y que eran percibidas al llegar a la que en algún tiempo se conociera como Colonia Escolar Heliodoro Rozo o Escuela Hogar, internado de niñas en la que mis padres sirvieron durante cerca de ocho años y habitamos junto con mis dos hermanas.
Las caminatas los sábados en la mañana con mi madre, la inolvidable Helenita Rojas (Q.E.P.D.), su hermana Amanda, la querida y siempre recordada Zoila y algunas otras personas que eventualmente nos acompañaban al Monte Tabor a rezar el rosario a la Santísima Virgen María, es otra de esas maravillosas reminiscencias imborrables que me permiten además, reconstruir en la mente, imágenes de verdes y coloridos paisajes que entre espejos de agua, se convertían en pesebres permanentes, como si la navidad nunca terminara.
La quebrada La Honda era el balneario más exclusivo de los giganteños, aunque La Guandinosa, la quebrada de Gigante, la de Rioloro y El Chorro, no lo eran menos; allí desde los más humildes hasta las más encopetadas señoras de la sociedad se pegaron alguna vez en su vida un delicioso chapuzón, más por gusto que por necesidad.
La Normal Nacional de Señoritas, el Colegio Nacional Ismael Perdomo Borrero, el Colegio Nacional Agrícola y la Concentración Jorge Villamil Ortega, eran verdaderos íconos de la educación y del conocimiento. Por allí pasamos miles de muchachos que aprendimos de manos de estupendos docentes lo suficiente para poder cimentar las bases para enfrentar la vida y disfrutar de ésta.
Ya en la adolescencia pudimos contemplar con mayor detenimiento y cierta curiosidad propia de la edad, los erguidos y perfectos Senos de Mirtayú, esas pequeñas montañas gemelas que lo reciben a uno antes de ingresar al tramo de vía conocido como Los Altares, y en realidad no sé si el embrujo de esos pechos, cobraron la vida de muchos a los que las curvas les quedaron grandes.
No podría dejar de mencionar a la gorda, nuestra hermosa y elegante, pero hoy envejecida Ceiba de la Libertad, con seguridad nuestro más importante símbolo. Sus brazos afables nos proporcionaron exquisitas tardes de sombra y frescura y el cantar de centenares de aves, las más armoniosas y románticas melodías.
La historia del gigante Matambo y el cerro que lleva su nombre, las fincas cafeteras y labranzas de cacao, tantas veces visitadas y recorridas; las caminatas a la loma de la Cruz, primero a rezar y luego a trotar, e infinitas situaciones y lugares colman mi mente de recuerdos y llenan mi corazón de amor por mi añorado municipio, pero se fortalece aún más ahora que Gladys Perdomo Mosquera ha aceptado el llamado de sus paisanos para asumir el reto de presentar su nombre y trabajar para llegar a la alcaldía de esta localidad a orientar los destinos de su terruño.
Gladys es una gran mujer, pues pasó de ser una ama de casa normal, a ser tal vez la más destacada alcaldesa que ha tenido este municipio. Su ejecutoria estuvo colmada de obras y acciones en favor de sus coterráneos, a quienes siempre vio como a sus amigos y no como a sus gobernados. Fue y es una mujer honesta, lo cual se puede afirmar sin reparo, pues jamás tuvo o tiene una investigación por acción ilegal alguna, por el contrario, ha sido merecedora de reconocimientos por su trabajo transparente y ético.
Las mujeres como Gladys tienen una gran particularidad y es que no les interesa su propio beneficio, sino que buscan permanentemente el bien común, y eso es lo que se necesita para poder continuar por el sendero de mejoramiento de las condiciones de vida de los giganteños, para cantar con mucho más amor “En Gigante yo nací, villa de mi amor”.
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Por: Hugo Fernando Cabrera – hfco72@gmail.com
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