Con una favorabilidad del solo 12%, los primeros pasos del posconflicto, una Unidad Nacional cada vez más fracturada, el escándalo de Odebrecht a “sus espaldas“ y la oposición del Centro Democrático ganando más popularidad, Juan Manuel Santos enfrenta la recta final de su segundo mandato con el reto de salvar su gobierno.
Santos sabe que su altísima legitimidad a nivel exterior contrasta con la bajísima legitimidad en el ámbito nacional y para ello ha dispuesto algunas medidas como la renuncia protocolaria de todos sus ministros. Tiene un año para hacerlo, pero con un 12% es difícil – por no decir imposible — que el presidente repunte en las encuestas. Más bien, será ese año el último que le quede de existencia – si es que alguna vez existió – al santismo.
El principal responsable esta imagen negativa es sin lugar a dudas el mismo Santos. De una línea tecnócrata el presidente no ha sabido cómo conectar con la ciudadanía ni mucho menos cómo representarla. La comunicación política de la Casa de Nariño ha dejado mucho que desear: nos ha tratado de estúpidos a los colombianos, no existe un mensaje homogéneo en él ni en su gabinete y por ello rectificar se ha vuelto costumbre. Y por si fuera poco, perdió un plebiscito que situó a Colombia ante el mundo como un caso más de insólitos resultados electorales después de la victoria del No en el Brexit y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.
Ciertamente, sus promesas de campaña se quedaron solo en promesas como la del 6 de junio de 2014 que afirmó apoyar el proyecto de ley para reducir los aportes de los pensionados a la salud. Tal como lo apuntó hace unos días el analista Andrés Mejía, es una irresponsabilidad hacer compromisos estructurales de gasto girando contra un ingreso que es volátil por naturaleza como lo es el petróleo.
No sirven las excusas. Y menos para un economista graduado de London School of Economics. De hecho, habría sido más sensato si su slogan Paz, Equidad y Educación solo llevara la primera palabra porque de lo demás nunca supimos nada.
Pese a sus esfuerzos decididos por implementar el proceso de paz con las Farc y recientemente con la ciudadanía, Santos no supo cómo transmitirle a los colombianos el beneficio de una salida negociada al conflicto. Sí, ganó un Nobel, pero eso poco le importó a los colombianos. Al contrario, dejó que fuera Uribe quien dictara la agenda del proceso a través de sofismas propios de su discurso populista.
Santos no cautiva. No convence así tenga cifras para argumentar los logros de su administración. Santos no es popular. Por ello pasó desapercibido que en su discurso del 20 julio manifestara que “entregaba gustoso hasta el último punto de la popularidad que me queda a cambio de una sola de esas vidas salvadas“.
Son patadas de ahogado para alguien que de no haber sido por el proceso de paz jamás habría sido reelecto. Con toda seguridad, Santos será el presidente menos popular en la historia reciente. Algo ciertamente ingrato para un mandatario que cerró un conflicto con la guerrilla más antigua del hemisferio.
—
Por: Juan Corredor García – juan.corredor@urosario.edu.co
Twitter: @thuandavid10