Sobre las 11 de la mañana de este martes, el Presidente Juan Manuel Santos arribó al corregimiento guajiro de Paraguachón, ubicado a pocos metros de la frontera entre Colombia y Venezuela.
El Mandatario llegó a la zona fronteriza al mando de una camioneta roja, para cumplir una cita inaplazable, con un objetivo concreto: brindar acompañamiento y ayuda a los colombianos deportados desde el vecino país.
Una vez en el lugar, el Jefe del Estado fue testigo de algo sobre lo cual seguramente ya estaba advertido, pero que ningún mandatario había tenido la oportunidad de corroborar: la hospitalidad de los habitantes de Paraguachón.
Y es que con su calidez característica, la cual se mezcla con la alta temperatura de la zona, los pobladores de Paraguachón celebraron la presencia del Presidente en ese corregimiento de la Alta Guajira.
“Esto es duro para el cachaco”, bromeó el Presidente Santos, al hacer una clara referencia al inclemente sol guajiro.
“Primera vez en la historia de Colombia que viene un Presidente aquí a Paraguachón”, exclamó un habitante de la región en medio de la emoción.
Algo a lo que el Presidente Santos respondió certero: “Y les vamos a traer agua”.
Las miradas de los habitantes de esa región se iluminaron.
Es innegable. Ver al Presidente de la República les dio un segundo aire y los llenó de esperanza.
“Dios lo bendiga”, le dijo al Mandatario una espontánea habitante de la región con su marcado acento guajiro.
El Presidente Santos agradeció y respondió con firmeza: “Aquí vinimos a ayudar a la gente, a ayudar a la gente”.
Y ello no solo incluye a los ciudadanos colombianos. La intención también cobija a los venezolanos.
Precisamente una artesana venezolana abordó al Presidente Santos. La angustia en su voz era casi palpable, lo que capturó la atención del Mandatario.
“No nos dejaron entrar y necesitamos llegar urgente porque se nos vence el permiso hoy para poder salir en la frontera de Apure, en Arauca”, dijo al Jefe del Estado.
Y agregó: “Lo que queremos es si usted nos puede facilitar algún medio, donde nosotros podamos llegar a la frontera de Arauca, porque nosotros somos viajeros, mire, mochileros, artesanos, no tenemos ni un peso en el bolsillo (…), aquí no se puede pasar legal porque somos extranjeros. Mi esposo es argentino y no puede pasar”.
“Ahorita si quiere yo hablo con las autoridades aquí y veo a ver cómo les puedo facilitar eso. Estén preparados”, les indicó el Mandatario.
Decenas de personas seguían al Presidente Santos. Querían tocarlo, saludarlo, estrechar su mano.
Pero él fue el que se dispuso a buscar una mano para estrechar. Quería estrechar la mano de un hermano.
Se dirigió al límite de Colombia, justo donde están ubicadas las barricadas instaladas por el Gobierno venezolano.
Allí había varios integrantes de la Guardia Nacional Bolivariana.
El Mandatario ofreció su mano y esta fue estrechada por tres efectivos de la Fuerza Pública venezolana.
“Somos hermanos”, les dijo el Presidente Santos, con una sonrisa de satisfacción.
Los aplausos de los presentes no se hicieron esperar. Hubo gritos de júbilo, y “vivas”. Manifestaciones de alegría y cariño por quienes hoy están del otro lado de la frontera.
La euforia allí expresada no tuvo distingo de edad.
“Qué alegría, qué alegría”, le manifestó al Presidente Santos una mujer de 92 años que lo saludó.
Entre sonrisas, los familiares de la abuela, madre de 12 hijos, confesaron al Mandatario que pese a su avanzada edad, ella no ha dejado de lado su afición por los mariachis.
“¿Le gustan los mariachis?”, le preguntó el Presidente Santos.
Y ella respondió con desparpajo y picardía: “Me gustan, me gustan”.
El Presidente Santos siguió su camino y no paraba de recibir aplausos a su paso.
De pronto, algunos ojos se aguaron y la piel se erizó.
“Oh Gloria inmarcesible
Oh júbilo inmortal
En surco de dolores
El bien germina ya”.
Las notas del Himno Nacional penetraron los oídos del Presidente Santos.
Por varios instantes, los colombianos lo interpretaron a todo pulmón.
La emoción del momento fue interrumpida por una mujer que le aseguró al Jefe del Estado: “Nosotros lo queremos”.
A lo que siguió un ensordecedor coro: “¡Santos! ¡Santos! ¡Santos!”.
Y así, en medio guajiros vitoreando su nombre, el Presidente Santos se despidió de los pobladores de Paraguachón, rumbo a una reunión con las autoridades del Gobierno y la región.
Se llevó consigo el cariño que le ofreció La Guajira.
Y en su memoria el apretón de manos de los miembros de la Guardia Nacional Bolivariana, que simboliza el amor y el respeto que por más de dos siglos se han prodigado dos países hermanos: Colombia y Venezuela.