Me niego a perder la esperanza

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Son las 10 de la mañana del sábado 29 de mayo de 2021, mis oídos escuchan en la radio decir que un joven hecho a pulso, de procedencia humilde llamado Edgar Bernal, brilla en el Giro de Italia, ya lo había hecho en el 2019 cuando se convirtió en el primer latinoamericano en ganar el Tour de Francia y el ganador más joven en 110 años. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando el locutor decía que no existen montañas, vientos, ni nevadas que impidan que un colombiano relumbre en una competencia.

Y lo hago porque en este mismo instante estamos hace un mes en paro nacional, el país está inmerso en un histórico proceso social que tenía que surgir dado el nivel de indignación que hoy crece producto de la inequidad, la pobreza, las injusticias, el arribismo, la humillación, la falta de oportunidades, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, la vulneración de los mínimos básicos de la familia a tener una vivienda, un trabajo, educación y salud que se constituyeron en un colapso social que hoy tiene sumidos a más de 22 millones de personas en la pobreza, esto es, alrededor del 44% porciento de las personas de nuestro país se encuentra en esta lamentable condición.

Y están en esta en esa condición por que durante décadas, el sistema político y social se ha consolidado para no ser democrático, equitativo y justo, nuestra Constitución Política de 1991, marcó un derrotero lleno de esperanza para asegurar que por vía del sistema constitucional se pudieran hacer los ajustes necesarios para lograr una redistribución de la riqueza y que todos en igualdad de condiciones y de acuerdo a sus talentos pudieran salir adelante, aportar a su país y crecer en medio de un verdadero paraíso terrenal.

Es increíble que un país como Colombia con riquezas ilimitadas con oro, carbón, dos océanos, petróleo, diversidad étnica, cultural, el mejor café del mundo, la belleza e inteligencia de nuestras mujeres, la creatividad e ingenio, la capacidad de emprender y montar un negocio hasta en el desierto como el paisa que es arriero de camellos en Egipto, el talento de nuestros músicos, la calidad de nuestras universidades para encontrar soluciones a los problemas, el talante de nuestros científicos como Rodolfo Llinás Riascos, o el ingenio sin límites de nuestros escritores que incluso han creado nuevos mundos y formas de explicar la realidad como realismo mágico de Gabriel García Márquez, la prodigiosa zurda de James Rodríguez, el corazón de un gran futbolista como Radamel Falcao García, o el tumbao de Juan Guillermo Cuadrado, las melodías de nuestros juglares, el ejemplo de nuestros ancestros indígenas que  muestran el verdadero valor de la dignidad y el trabajo en común.

Son tantas cosas las que me hacen sentirme orgulloso de mi patria, pero que me obligan a preguntarme siempre ¿Qué hacemos para salir de este camino oscuro? ¿Qué es lo que hemos hechos mal? para terminar validando la inequidad e injusticia, para que nuestros líderes prioricen la guerra y no la paz, para acabar con esa práctica desmedida y desaforada de salir adelante cueste lo que cueste, para invertir la ecuación que ha inclinado la trampa, la mentira, la perfidia como criterios para hacer política, para que no tengamos que volver cotidiano el “robó pero hizo”, en donde la corrupción y la eliminación del otro como criterio para solucionar nuestros conflictos se ha naturalizado.

La respuesta a esta pregunta está en la educación, una educación que enseñe a  todos a valorar el esfuerzo para conseguir nuestros propósitos, a la ética como criterio de nuestros actuar, a la planeación para asegurar el éxito en lo que nos tracemos como objetivo, a la valoración de la vida como bien supremo e insustituible, a la apreciación de la estética, el arte, la pedagogía como herramientas para que cada acto del ejercicio de lo público o en lo privado este mediado por una reflexión que nos oriente al mejoramiento continuo, que suponga la capacidad de admirarnos, de respetarnos, de creer que no existen límites para la creatividad para hacer el bien, de ser solidarios con los que nos necesitan, de amar sobre todas las cosas a nuestro prójimo, que nos permita pasar de la indignación a la acción y que  las elecciones signifiquen el mayor acto de responsabilidad con el destino de nuestro país.

A la educación yo le agrego una dosis de esperanza, es en este maravilloso terruño, que es la tierra de mis ancestros, de nuestros próceres, de cada maestro, poeta, artista, líder social, indígena, joven estudiantil, policía, afrodescendientes, soldado, madre, padre, mujer, niño, que han llorado, sufrido, pero que han decidido vivir y luchar hasta el último suspiro por un país mejor, a ellos, les doy mi fé, en que pase lo que pase, digan lo que digan, la verdad triunfará sobre la mentira, la vida sobre la muerte y la paz sobre la guerra.

Por un país del tamaño de nuestros sueños, por una vida que nos merecemos, seguiremos confiando en la revolución de las pequeñas cosas, por ello me niego a perder la esperanza, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos puedan fructificar y hacer de nuestra nación el país en el que todos quieran vivir.

Por: Alfredo Vargas Ortíz[1]

[1] PhD, MD, Universidad Nacional de Colombia, Abogado U. Surcolombiana, Docente de Planta USCO, Director grupo de Investigación Derecho Internacional y paz. Director Ejecutivo Centro de Estudios Internacionales World`S Key www.worldskey.com.  E-mail alfredo.vargas@usco.edu.co, Twitter @Alfredovargaso.

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