La peor pandemia

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Fanatismo, racismo, arrogancia, odio, pobreza, indiferencia e ignorancia pueden desatar la peor pandemia de deshumanización en individuos y llevarlos a cometer actos de barbarie en contra de indefensos, en donde el valor de la dignidad y hasta de la propia vida humana pierden sentido en quienes amparados en espacios de poder de mando  sobre personas, cómo suele ocurrir con grupos armados que realizan control y dominio territorial, en especial en sectores rurales o en zonas de alta vulnerabilidad.

El caso de violación de una niña indígena de la comunidad Emberá, tiene conmovido al país y dejado resquebrajada la imagen del ejército colombiano, y la del propio Gobierno Nacional que viene de capa caída desde su inicio.  No es queriendo justificar o tratando de minimizar este grave delito en contra de esta niña que vale igual que las demás niñas del mundo, incluidas nuestras propias hijas.

Para poner en contexto, esta no es la primera violación de una indefensa niña y tampoco será la última. Esta es una práctica ejercida durante muchas décadas en especial en el sector rural. Es la propia degradación del conflicto armado interno en Colombia, en el que nos tienen metidos una clase política salvaje que se ha perpetuado en el poder.

Cuando era un niño en mi región del Sumapaz, escuché contar a mi padre y a otros señores adultos, sobre como la policía chulavita y escuadrones de militares de la época violaban a mujeres sin importar que fueran pequeñas adolescentes y luego las asesinaban conjuntamente con sus padres.

Años después cuando los muchachos de mi territorio luego de prestar su servicio militar dedicaban varios días a narrar historias, entre ellas las de las violaciones a mujeres de diferentes edades incluidas niñas y adolescentes.

Lo contaban jocosamente, con sentido de machismo, pero además le llamaban “el redoblón”. Es una historia dolorosa que se repite y repite, que difícilmente cambiará, mientras el propio pueblo no se eduque, no cambie y deje de elegir a los mismos salvajes de siempre.

El comportamiento de cada ser humano, su aporte a la sociedad y a su propia familia, se deriva del propio ejemplo y educación que reciba de sus padres en la aurora de su vida y de la calidad de educación que reciba en las aulas educativas. De poco servirán los reproches y sanciones penales, sí la justicia es inoperante y, sí los padres y el propio Estado no educan para: el respeto, la paz y la vida.

Por: Miguel Rodríguez Hortúa – miguel.rh12@hotmail.com
Twitter: @miguel_rh12

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