Un artículo de prensa que encontré en El País periódico global, ilustra sobre el enorme peso que en la actualidad representa en la cartera total en los Estados Unidos el crédito educativo: sobrepasa el monto de créditos con tarjetas plásticas y prestamos para adquisición de vehículos; esto tiene sus consecuencias, muestra las enormes dificultades para su cobro, porque los primeros en vencerse son aquellos que desisten en terminar sus estudios y los que logran culminarlos, no siempre encuentran en el mercado laboral, asignaciones que les faciliten atender las altas cuotas que promedian los cuatrocientos dólares mensuales.
El texto además, reporta otras implicaciones perversas para la economía que se derivan de esta situación y es el retraso que tienen los graduandos en incorporarse activamente a la generación de riqueza, adquiriendo por ejemplo vivienda que alienta el mercado inmobiliario y por tanto todo el comercio que gira en torno a la construcción como las ferreterías, cementeras, eléctricos, galvanizados, PVC, accesorios para baño, cocina, etc., y por supuesto limita su disponibilidad de efectivo para consumir bienes y servicios con los que se impulsa la economía; es un obstáculo para promover el ahorro que es una forma primaria de acumulación. En este sentido esta deuda se convierte en un peso muerto para las finanzas de un país.
La creciente cartera de créditos educativos en Colombia, incluidos los asignados a través del ICETEX, apunta en la misma dirección y como es comprensible, tendrá efectos más devastadores en una sociedad que no provee suficientes oportunidades de trabajo, menos de calidad a quienes esperanzados acceden al sistema educativo, especialmente privado, con el propósito de calificarse para el mundo empresarial.
Los costos crecientes de la educación tienen que ver con la decisión política de entregar esta responsabilidad del estado a particulares para que dispongan de esta necesidad como un negocio, de tal forma que demanda réditos económicos; para promover el ingreso a instituciones privadas, al mismo tiempo se adelanta la des financiación de la educación pública, que deteriora su calidad y requiere mayores aportes de los padres de los estudiantes, que terminan acudiendo al crédito para garantizar la permanencia de sus hijos en las instituciones de educación superior.
Educar bien, con alto nivel requiere presupuestos elevados, de tal forma que pocas instituciones privadas pueden ofrecer calidad salvo con matriculas exorbitantes; el estado con los recursos de toda la sociedad puede brindar educación científica, es posible si es una política de Estado, no con la que tenemos en el actual modelo de país.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com