Muchos conceptos relacionados con el cambio climático están ganando impulso, pero todavía hay poca claridad para el público en general.
Desde la revolución industrial, el día a día de la actividad humana en toda su diversidad implica el consumo de combustibles fósiles en mayor o menor medida. Como resultado, se emiten gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera, lo que provoca un aumento de la temperatura (calentamiento global) y conduce al cambio climático. Es decir, los gases de efecto invernadero (GEI), cuya concentración ha aumentado significativamente en las últimas décadas, absorben parte del calor que llega a la tierra procedente del sol, lo que, a su vez, aumenta la temperatura del planeta. Los principales gases de efecto invernadero son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O), los Clorofluorocarbonos (CFC), el vapor de agua y el ozono troposférico (O3), pero es el dióxido de carbono (CO2) el que más contribuye al cambio climático y se deriva en gran medida de la actividad humana.
El mundo ha adquirido una nueva conciencia en temas que pasan a ser clave y que configuran la moderna concepción de competitividad. Estamos hablando de derechos humanos, sostenibilidad ambiental, trabajo decente y eliminación del trabajo infantil, entre otros. No obstante, en este listado falta un tema crucial para mitigar el cambio climático. Sin duda, el nuevo diferenciador de competitividad mundial tiene que ser la reducción de la huella de carbono. La huella de carbono ya es una ventaja competitiva de Colombia. El país no arranca desde cero: tiene varias ventajas dado que viene desarrollando una estrategia orientada a reducirla; la ruta hacia una reconversión energética es una realidad y se han incorporado estrategias en temas de sostenibilidad en varios sectores.
La huella de carbono se refiere a la cantidad total de gases de efecto invernadero (principalmente dióxido de carbono, pero también metano y óxido nitroso) que son liberados a la atmósfera como resultado de las actividades humanas. La huella de carbono se mide en toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (tCO2e), lo que significa que se toman en cuenta las emisiones de todos los gases de efecto invernadero y se convierten en una cantidad equivalente de dióxido de carbono. De igual manera sirve como herramienta de gestión para identificar las acciones que contribuyen al aumento o disminución del volumen de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de nuestra actividad, relacionadas con nuestro impacto en el cambio climático.
Hoy, la urgencia climática ha puesto de relieve la necesidad de una transformación global que comience con el individuo, influya en las prácticas comerciales y produzca cambios a nivel gubernamental. Con la intención de establecer un modelo económico que valore las necesidades de las personas y el medio ambiente, sostenible en el tiempo y neutral en emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
A nivel individual, la huella de carbono sería el conjunto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que genera una persona en sus actividades diarias, por ejemplo: el uso del transporte terrestre y aéreo, el consumo de energía en los hogares, la cría de ganado para satisfacer las demandas de carne bovina de la población, la tala y quema de bosques para convertirlos en pastizales y cultivos (como sucede en algunas comunidades en zonas rurales), el abandono y la incineración de basura a cielo abierto y el no reciclaje de residuos. Por tanto, la huella de carbono ayuda a identificar aquellas acciones cotidianas que pueden reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y luchar contra el cambio climático.
Es que, el cambio climático, no debe ser visto como responsabilidad exclusiva de los sectores productivos y las grandes industrias, aunque estas jueguen un papel importante en ese sentido. Es un asunto que también le compete al ciudadano de a pie que día a día, en todas y cada una de las actividades cotidianas que realiza, deja su propia huella de carbono y cuya mitigación depende de pequeños cambios en su comportamiento así como en sus hábitos de consumo.
El aporte de los ciudadanos a la producción de gases de efecto invernadero (GEI) varía dependiendo de la región en la que viva una persona y sus hábitos cotidianos, “Las emisiones de un ciudadano en una capital no son las mismas que las de un pequeño productor rural. En el primer caso, hay que tener en cuenta, por ejemplo, los medios de transporte y las distancias que recorre para llegar a su lugar de trabajo o si consume alimentos importados que requieren toda una logística para llegar a su mesa, mientras que en el segundo, se debe estimar, cómo es que ese pequeño productor maneja sus cultivos, si realiza deforestación, si aplica agroquímicos, etc.”
Tema importante es el desperdicio de energía donde los habitantes tienen mucho que ver. Un estudio elaborado por la Unidad de Planeación Minero Energética (UPME), indica que en promedio, por la ineficiencia en el consumo de energía, en especial en aparatos eléctricos, se pierden 498 gigavatios hora al mes (GWh/mes), cantidad suficiente para abastecer a una ciudad grande. Aquí, señala el informe, los hogares son los principales responsables de ese desperdicio, incluso por encima de la industria y calcula que, en promedio, cada mes se podrían ahorrar 197 GWh en las casas si los colombianos realizaran un uso responsable de sus dispositivos eléctricos con prácticas tan simples como desconectar los equipos cuando no se están usando o apagando bombillos. Eso, no solo les representaría un ahorro de hasta el 20% en su factura de luz, sino ‘poner su grano de arena’ en la reducción de las emisiones de dióxido de carbono por consumo de energía que, según la Agencia Internacional de Energía es responsable del 1% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en el mundo.
Los ciudadanos podrían contribuir en mayor medida a reducir el impacto ambiental que deja su diario vivir si los gobiernos locales garantizaran mecanismos efectivos para ello como por ejemplo, la implementación de sistemas integrados de transporte público seguros y eficientes que desestimulen el uso del carro, o rutas de recolección selectiva de los desechos reciclables que realmente funcionen, también se requiere que cada persona empiece a pensar en la manera de reducir y compensar su propia huella de carbono, esa que puede bajar con comportamientos ambientalmente responsables.
Por eso, además de los acuerdos logrados en la Cumbre del Cambio Climático en París con los que los Estados y las empresas privadas encaran grandes desafíos, los compromisos también se deben ‘ratificar’ en cada hogar, ya que al final es toda la sociedad en conjunto la que termina padeciendo los efectos del calentamiento global como lo ha demostrado los fenómenos climáticos como el fenómeno de la Niña, periodos en los que se registraron lluvias e inundaciones por encima de los promedios históricos que deja vías, puentes, acueductos, viviendas y edificios completamente destruidos, pérdidas millonarias en cultivos y millones de personas damnificadas. Con unos cambios sencillos, pero significativos, podamos bajar la incidencia de nuestro paso por el planeta, por este territorio llamado Colombia.
De ahí la importancia de poner el tema del calentamiento global en el centro de atención y lanzar programas de concientización, para que las personas puedan tomar decisiones diarias que sean menos dañinas para el medio ambiente y la sociedad en su conjunto. El cambio climático es una amenaza y al mismo tiempo una oportunidad para la humanidad. Los países que deberían ganar la carrera de la competitividad son precisamente aquellos donde se implementan acciones para mitigar los efectos del cambio climático.
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Por: María Fernanda Plazas Bravo
Twitter: @mafeplazasbravo