Cierto día mi prima me pidió que la acompañara a lavar el carro, a decir verdad, de lo desprogramada que estaba un domingo accedí aceptar su formidable invitación.
Debo confesar que el lugar a dónde lo llevamos goza de prestar un buen servicio al cliente, y pues el joven que lo administra no está nada mal físicamente, tiene un porte de galán de telenovela: alto, ojos claros, acuerpado y piel canela (por poco y les canto aquí la canción de Thalía).
Todo iba bien, nos sentamos a echar rulo en una mesa y pedimos un par de gaseosas. Hasta que mi prima se acordó que había dejado un sombrero en el carro y temía que se perdiera. No obstante, la tranquilicé diciéndole que eso no pasaría. Aunque hay que aclarar que dicho sombrero, es una pieza artesanal tejida a mano bastante costosa y más si le agregas que tiene un valor sentimental, ya que hace parte del museo familiar de antigüedades y que por ende, terminas heredando con gusto.
El tiempo transcurría un poco lento y nosotras seguíamos tertuliando, hablando de chismes familiares, actualizándonos en vidas propias y ajenas, porque aunque Facebook te da una visión general de lo que acontece en la vida de alguien, realmente no profundiza en detalles al menos que lo preguntes por WhatsApp. En fin, el tipo divino atendía, y de vez en cuando nos distraía y nos tocaba retomar el tema ya que a cierta edad (los 30) la memoria suele sufrir ciertos quebrantos, ¿en qué íbamos?… Ya después de una hora y media, el carro ya estaba listo, y el hombre aquel con porte de galán decide muy amablemente llevarnos adónde éste se encontraba. Mi prima con voz tierna agradeció el buen servicio y yo, no hacía más que mirarlo con cierta prudencia tratando de tomar una fotografía mental de tan apuesto tipo (pero con esa memoria temporal al instante se me borró su cara).
Llegando a mi casa, mi prima se percata que en el asiento de atrás ya no estaba su sombrero sino otro que no guardaba la estética y el diseño original, nos quedamos mirándonos asombradas al descubrir que estábamos viendo era un sombrero de cartón. Así que su ira salió a relucir cual si fuera “Xena la princesa guerrera”, alistó su espada (tradúzcase cantaleta) como quien dice: —¡ése tipo me va a escuchar!, cogió el carro a toda velocidad, y yo tratando de tranquilizarla para que condujera con cuidado, pues sentía que era muy joven para estirar la pata y más si mi sueño de querer hallar al hombre de mi vida podría quedarse en veremos.
Cuando llegamos, mi prima con porte de protagonista de la telenovela “La Dueña”, lo mandó a llamar con un tono autoritario, y conteniendo su desbordada emoción de querer cogerlo a taconazos le dijo: —¡Le vengo a decir que mi sombrero que tenía en el carro me lo cambiaron por uno de cartón!. Él tipo asombrado y con cara de preocupado quiso inmediatamente corroborar dicha información. Mi prima con actitud segura y enojada, le abre la puerta de atrás para que él entre y lo mire detalladamente. Y yo cual Sancho Panza pero con Lipo, a su lado para apoyarla en caso de que las cosas pasaran de castaño a oscuro.
Y tal fue la sorpresa para nosotras que él al momento de levantar el sombrero, debajo de éste estaba el sombrero original. Imaginarán la cara de mi prima, de iracunda y porte de Potra Zaina, a cara de apenada y actitud de Chilindrina cuando mete la pata, por poco y le coge los cachetes como si fuera don Ramón, no más faltaba que le dijera con voz apenada: — Papito lindo, mi amor, ejéeeee, ojóoooo, ujúuuuu.» Y el tipo molesto, indignado no nos dijo nada, pero su mirada significó un total y declarado exilio oficial de ese lugar. No sé en qué momento me subí al carro pero notablemente corrí como Speedy González de lo avergonzada que estaba, y mi prima con dos sombreros no le quedó de otra que cuestionarse: —¿Por qué diablos no levantamos ese sombrero para darnos cuenta del error?
Por lo tanto, tratando de hallar un mensaje divino, llegué a la conclusión que muchas veces nos dejamos llevar por la rabia, por la confusión y no nos detenemos a pensar las cosas con cabeza fría. Nos hace falta levantar el sombrero, lo cual significaría dejar la prisa, mirar las cosas con calma para descubrir que las respuestas correctas están siempre allí, en tu interior y en el corazón del otro. Y comprender de una buena vez, que con rabia, orgullo e impulsividad nunca encontrarás lo que buscas, caminarás kilómetros alejándote de la respuesta verdadera, de la felicidad, de la amistad y del amor. Ten cuidado cuando ves las cosas y las juzgas apresuradamente sin siquiera tener la oportunidad de detenerte a conocer, compartir o cuestionar. Hay que levantar el sombrero, porque hay que ir más allá (tradúzcase: interior).
Me imagino que se preguntarán si hemos vuelto aquel lugar, les comento que prima decidió tacharlo de su libreta como lugar favorito. Y pues mi hermana es la que de vez en cuando me pide que la acompañe, pero esta vez le sumé a mi vestimenta dominguera una pava y unas gafas negras. ¿La razón?… para que no me reconozca nadie, especialmente el chico aquel.
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