En un Facebook Live, de los que abundan estos días, organizado por una periodista especializada en temas ambientales, para explorar el tema de los humedales en Bogotá invitó como panelistas a un funcionario del Instituto Humboldt y a un experto promotor de un portal de avistamiento de flora y fauna.
A la pregunta de cuál había sido el mayor hallazgo realizado en sus experiencias de exploración, el segundo respondió que lo había sorprendido unas parásitas que en condiciones normales vivían en zonas cafeteras de clima medio y que recientemente había encontrado instaladas en los cables de las líneas de transmisión de energía de la ciudad capital.
A pesar de la hilaridad de la respuesta, creemos que la misma acarrea dos aspectos; por una parte es señal de la variación de la temperatura de la ciudad con las implicaciones que trae para las especies que habitualmente encontrábamos, algunas vegetales desaparecerán si no logran soportar el aumento de la temperatura y con ellas partirán especies animales asociadas como su fuente de alimento; al mismo tiempo nueva flora y fauna arribará en busca de un ambiente propicio para su propagación; la segunda conclusión que podemos destacar es que la vida se esfuerza por prolongarse y en esa aventura trasciende fronteras.
Sin embargo, no es posible cruzarlas todas y por esto desaparecen especies con una celeridad que debería preocuparnos.
Como miembros de esta naturaleza, también nos desplazamos y rebasamos fronteras, no especialmente por razones climatológicas, las cuales lidiamos con relativa facilidad gracias a los inventos que nos facilitan regularlas; nuestras razones son socioeconómicas.
Emigramos en procura de resolver nuestras opciones de trabajo; o porque otros de manera forzada nos obligan a desocupar territorios o porque la intervención del hombre sobre la naturaleza la afecta de tal manera que la convierte en una amenaza para nuestra integridad.
El pasado ha acorralado a la humanidad de diferentes formas y ésta siempre ha terminado por vencer esos obstáculos, de tal manera que derrotó a los esclavista, que disponían a su antojo incluso de su vida; luego debió romper las cadenas que los ataba a la gleba y a los señores feudales y ahora deberá encontrar el momento y la manera de zafarse de los dueños del capital, quienes en su afán desmedido de acrecentarlo, abandonaron el papel progresivo que significó en sus inicios, facilitando los recursos y el ambiente para los prodigiosos avances de la ciencia y con ellos posibilidades de condiciones de bienestar para la humanidad y terminaron trocando por el aprovechamiento abusivo de los recursos de la naturaleza, la explotación inmisericorde del trabajo de millones y el marginamiento de pueblos enteros en la pobreza absoluta.
Los bordes a que nos han reducido están llegando a un límite en el que las únicas opciones son la extinción o la redención.
Apostamos por esta última. Es el curso normal de la historia.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com
Twitter: @libardogomezs