Todos tenemos una familia cercana que decidió irse del país en los últimos meses, años o décadas.
El llamado sueño americano no es más que el sueño de padres que quieren brindarle oportunidades a sus hijos y que agotados por las circunstancias repetitivas del país y que no encuentran otro camino que salir, llenar las maletas de optimismo, de Fe y de fuerza para emprender un viaje lejos del arraigo, de las costumbres y tradiciones, de la comida y de nuestra propia manera de vivir en un país convulsionado y lleno de contrastes.
No es decisión fácil dejar lo que se tiene, lo que se ha vivido, los amigos, familiares, compañeros, socios, los sueños propios, los emprendimientos por los que se ha trabajado siempre.
Colombia tierra querida, su música, su biodiversidad, tantos sitios donde se podría vivir muy bien. Nos va ganando la cultura mafiosa, la violencia, corrupción, etc. Por eso, es respetable que se sueñe con encontrar en otro país la tranquilidad, el trabajo y el progreso que no es viable para todos en las circunstancias que por mucho tiempo nos han sometido simplemente a sobrevivir.
Que somos gente alegre es cierto, pero es una intermitencia de alegría por todas las complejidades que tenemos que sortear con la inmensa violencia, inseguridad, polarización política y religiosa, y que decir de la corrupción que sigue rampante como siempre, quitando oportunidades a personas y a profesionales que se cansan de no poder trabajar como debe ser y que no quieren someter a sus hijos a su misma historia y prefieren buscar en otro país lo que el propio no les brinda.
La responsabilidad de un mejor país no es exclusiva del gobierno de turno, es también de nuestra sociedad, de nuestros sistemas democrático, educativo y cultural. Los verdaderos cambios comenzarán cuando se cambien los sistemas y desde la infancia se formen mejores personas y ciudadanos.
Puedo imaginar que en las maletas de estas familias que se van hay toneladas de nostalgia, de frustración y de sueños congelados. Al llegar al nuevo destino la sonrisa es a medias, porque parte de la sonrisa se queda en las caras de las personas amadas.
Los paisajes nunca podrán ser comparables, ya lo dijo Mercedes: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”.
La promesa propia de volver acompañará cada día y cada esfuerzo. La esperanza de un regreso viendo el país soñado levantará la mano diariamente para recordar que nuestros hijos merecen vivir en un mejor país.
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Por: Carlos Cabrera C. – ccabreracollazos@gmail.com
Twitter: @CarlosCabreraCC