Recientemente se conmemoró un año de la apoteósica manifestación que nuestra ciudad tenga memoria. Sin duda la marcha “Las Ceibas No se Explota”, en defensa de la cuenca del río Las Ceibas -nuestro afluente hídrico-, se ha convertido en la principal muestra de valentía del pueblo neivano. Y no es para menos, la ciudadanía molesta, salió a evitar que el agua que bebemos a diario fuera desaparecida forzosamente por prácticas mineras. Si bien este hecho generó conciencia frente un tema que durante mucho tiempo había sido la gran cenicienta, parece que despertamos un poco tarde.
Para 1990 nuestro país ocupaba el cuarto lugar en el mundo después de la Unión Soviética, Canadá y Brasil, en mayor volumen de agua por unidad de superficie.
Teníamos 60 litros por cada kilómetro cuadrado, seis veces más que el rendimiento promedio mundial y tres veces el de Suramérica. Ya en 1996, el panorama cambió drásticamente, pues pasamos a ocupar el puesto 17 a nivel mundial; es decir, bajamos alrededor de dos puestos por año.
Y aunque quisiéramos que dicho resultado obedeciera a que los países están descubriendo afluentes que no tenían registrados, la realidad es muy preocupante, según el Departamento Nacional de Planeación, el país, cada seis meses desaparece un río debido a la tala indiscriminada de bosques, situación que atañe directamente a los ecosistemas acuáticos y terrestres, de los cuales depende casi en su totalidad la vida de la tierra.
Aunque el panorama no es nada alentador no todo está perdido, pues según los expertos en la materia, los acuíferos y el agua subterránea, son la opción para poder hacerle frente a una eventual extinción de afluentes. Alrededor del 31% del agua dulce de Colombia proviene de estos acuífero y en el 40% de los municipios del país, ya constituyen una fuente potencial de abastecimiento de agua. Para el caso puntual de nuestra ciudad, falta profundizar en la ubicación de estas fuentes y en su preservación, pues los pocos que se conocen, han venido desapareciendo intencionalmente para darle espacio a proyectos urbanísticos.
Frente a este panorama se esperaría que el gobierno nacional tomara conciencia y empezara a promover una cultura pro defensa de acuíferos, no obstante según el exministro y actual gerente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, ha dicho que “No podemos darnos ese lujo”. El recién nombrado gerente ha encontrado en el “fracking” la opción de hacerle frente a la crisis que vive el sector petrolero, pero ¿a qué costo?
Según estudios de la Universidad de Texas. Esta práctica deja el agua infestada de elementos radiactivos o tóxicos, causa cáncer, temblores, contamina el aire y contribuye al calentamiento global. De hecho en el año 2012 la Contralia General de la Republica se pronunció frente a este tema y manifestó que el deterioro de la calidad de las aguas, fuente de vida para las siguientes generaciones, es un riesgo que ha llevado a la prohibición y restricción de esta práctica en otras partes del mundo.
Desde la bancada vertical del Movimiento Político MIRA, hemos manifestado que la apuesta de nuestro país a esta práctica, falta a los principios constitucionales de Prevención y Precaución como también al ambiente sano y la calidad de vida.
Ciertamente, el estado debe garantizar los ingresos necesarios para el sostenimiento del país, pero no estamos para darnos el lujo de quedarnos sin la poca agua que tenemos con tal de explotar totalmente las fuentes petrolíferas, en cambio deberíamos darnos el lujo de preservar nuestros acuíferos y fuentes de aguas subterráneas para preservar la vida propia y la de las generaciones venideras.
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Por: Karlos Umaña Arias – @karlosua